Desde muchas miradas a lo largo del país, con una severidad que se exacerba en las redes sociales, el estado de Puebla ha adquirido una pésima reputación social por numerosos y repetitivos hechos de violencia, golpizas de juniors, agresiones a mascotas, linchamientos y casos de bullying escolar, entre otros, que se han hecho virales y han llegado a ser nota principal en medios de alcance nacional e incluso internacional.
La generalización –el que generaliza absuelve, decía Eduardo Galeano– de esa mala imagen para toda nuestra entidad y que se hace genérica para poblanos y poblanas es, por supuesto, inmerecida.
Es un exceso.
Pero ha sido inevitable y da la impresión de que pasará mucho tiempo para borrarla.
El más reciente caso, el del junior de Lomas de Angelópolis, Patricio N., quien fue exhibido en redes propinando una salvaje golpiza a un guardia de seguridad privada que vigilaba la caseta de ingreso, ha vuelto a poner a Puebla en la lista más negra del juicio popular.
Más todavía, cuando a las pocas horas, alguien sacó a la luz un video de hace ya algún tiempo, en el que se ve a su mamá, Paola Mercenario, golpear también con salvajismo a una mujer en un café.
Y hay más.
Horas después, este mismo miércoles, trascendió un video –que publicamos en exclusiva–, ahora en el que se ve al papá, Carlos Pereyra, quien con mucha beligerancia y prepotencia reclama a los vigilantes por no dejarlo entrar al clúster de Lomas de Angelópolis donde vive.
Es decir, se configura ya una circunstancia patológica de la familia entera.
¡Los poblanos y las poblanas, en general, como sociedad, qué culpa!
Bastante nos costó –¡años!– quitarnos de encima el mote de “preciosos” por culpa de Mario Marín, quien como gobernador de Puebla abusó del poder para mandar a detener a la periodista Lydia Cacho, ganándose el apodo de “góber precioso”, mismo que lamentablemente se extendió durante mucho tiempo a todo aquel nacido en este estado.
—¿Eres de Puebla? ¿Vienes de Puebla? Eres “precioso” jajaja —era la norma.
Hoy, la aciaga coincidencia de que Patricio es alumno de la prepa Anáhuac se convirtió en una brasa más al incendio.
De inmediato vinieron las comparaciones con el caso de los gemelos y cinco varones más que tundieron a golpes a otro joven.
Se les bautizó como “Los Porkys Poblanos”.
Eso fue a principios de septiembre pasado, bajo la Estrella de Puebla, en la zona de Angelópolis.
El caso también llegó a los medios nacionales e inundó las redes.
La indignación fue del país entero.
Los principales agresores, los gemelos, también eran estudiantes de la Universidad Anáhuac.
La institución, en los dos temas, ha tomado medidas.
Sobre el más reciente caso, el de la familia Pereyra, hay también una grave indignación, por supuesto.
Comentarios lapidarios sobre el comportamiento de los poblanos.
Los mismos poblanos que, desde los hechos de San Miguel Canoa, en septiembre de 1968 –aquel tristemente célebre linchamiento de trabajadores de la BUAP fielmente retratado por la película “Canoa” de Felipe Cazals–, han sido catalogados como “violentos”.
Una percepción que, desgraciadamente, se ha consolidado en las últimas décadas por otros linchamientos de inocentes, como el sucedido en 2015 en Ajalpan, donde una turba asesinó cruelmente a dos encuestadores confundidos con delincuentes.
Golpizas de juniors, agresiones a mascotas, casos de bullying escolar, linchamientos, violencia en general…
Eso es -y no es- Puebla, pero al menos en redes el prestigio de la “marca” Puebla como sociedad presenta un saldo negativo.
“¿Qué ahí viven simios?”.
“Es un estado cavernícola”.
“¿Puebla otra vez? Pues qué comen”…
Son sólo algunos ejemplos de lo que se puede leer entre el océano de críticas ante una serie de hechos que nos deben avergonzar como sociedad y llevarnos a preguntar: ¿en qué momento se jodió Puebla? y ¿qué estamos haciendo mal?
En el extremo indeseable, incluso varios de estos casos se han llegado a politizar.
Y es que los grupos de interés han encontrado oportunidad para sacar raja partidista.
Como he dicho, por desgracia no es nueva la mala reputación de Puebla.
En los tiempos de Miguel Barbosa eso se midió y trató de revertirse.
Desde la Secretaría de Economía, entonces con Olivia Salomón, se arrancó la campaña Orgullo Puebla.
Dio buenos resultados.
La tan mal calificada marca Puebla levantó.
En las áreas turísticas, económica y de comercio, los resultados pospandemia fueron satisfactorios.
Pero nuevamente por unos cuantos terminamos pagando todos.
La conducta de un puñado de barbajanes tira todo a la basura.
Los poblanos y las poblanas en general somos condenados.
Resurge aquella alevosía contra esa cosa que algunos llaman la “poblanidad”.
Aquello de los “pipopes”.
Los añejos dichos populares:
“Perro, perico y poblano…”
Y más, mucho más…
Pasará mucho tiempo para limpiarnos la cara.
Todo por el lodo que nos avientan unos cuantos.
Qué lástima.
Porque Puebla es un estado de gente buena en su mayoría.
De personas muy trabajadoras.
De gente llena de esperanza, talento y esfuerzo.
Somos mucho, pero mucho más, que una mirada sesgada.
La culpa no es colectiva.
No, no somos un “estado cavernícola”.
Aunque todos los días haya muchos que se esfuerzan en probar lo contrario.
Que quede claro.