Aunque aparentemente Rodrigo Abdala Dartigues ha logrado un ascenso en el gobierno federal, se va de Puebla en medio del absoluto fracaso y enfrentado o ignorado por la mayoría de los actores de la 4T en el estado. Sus fallas iniciaron desde que no logró alcanzar una candidatura a un cargo de elección popular hace tres años, luego continuaron cuando no pudo o no quiso armar la estructura electoral de Morena en 2018 y, a lo largo del último trienio, fue un fiasco en su desempeño de hacer funcionar la política social de la administración lopezobradorista.
Su buena estrella todavía brilló en 2018, al ser el principal beneficiario de la política de austeridad de la 4T que desapareció todas las representaciones del gobierno federal y concentró la toma de decisiones en un solo delegado, o mejor dicho en un super-delegado, que en este caso fue Rodrigo Abdala que parecía tener todo para convertirse en una especie de vicegobernador de Puebla.
Al final ocurrió todo lo contrario: en los 38 meses en que fungió como coordinador del gobierno federal, se volvió un funcionario ausente, silencioso y errático.
No le gustaba hablar con la prensa, ni con sus pares en los gobiernos del estado y de los principales ayuntamientos del estado. Nunca se le vio intervenir para hacer más eficiente el sistema de organización de los programas federales. Y se mostró insensible a los reclamos de beneficiarios por largas y tortuosas filas, junto con graves problemas de desinformación, para que la gente se afiliara y recibiera los rendimientos de la política social de la administración obradorista.
La parte más álgida es que fue uno de los responsables del caótico arranque del proceso de vacunación anti-Covid-19 en Puebla.
Se llegó al extremo de que en fechas recientes ya no siquiera era convocado a las reuniones de organización de la vacunación contra el Covid, pues se ganó una fama de ser un funcionario que nada resolvía o no mostraba interés por demostrar eficiencia en sus áreas de trabajo.
Por eso algunas expresiones generalizadas que ha habido hacia el papel de Abdala es que: era poco entendible su comportamiento en el gobierno federal o creía que su buen desempeño consistía en pasar desapercibido.
De aspirante a traidor
Entre 2015 y 2017, el joven Rodrigo Abdala –actualmente tiene 40 años—parecía caminar a convertirse en una figura central de la creciente ola obradorista.
Como diputado federal del bloque cercano a Andrés Manuel López Obrador y al ex gobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz, se desempeñó como un político crítico del morenovallismo y que podía ser una figura central en las históricas elecciones de 2018.
A mediados de 2017 se le encargó empezar a construir la estructura electoral de Morena, como una parte esencial para enfrentar los comicios presidenciales.
Abdala vio que esa era su oportunidad para aspirar a convertirse en candidato a la gubernatura de Puebla, al Senado de la República o ser aspirante a alcalde de la capital. Era lo mínimo a lo que podía aspirar.
Muchos activistas en Morena le vieron ese potencial y se empezaron a adherir a su trabajo político.
En lugar de hacer crecer su popularidad, el joven abogado egresado de la Universidad de las Américas se dedicó a buscar a los líderes de los comités municipales de Morena o los que eran los principales activistas del movimiento obradoristas, para ofrecerles un acuerdo que consistía en que: lo apoyaran para convertirse en candidato a la gubernatura y él los recompensaría dándoles las nominaciones como aspirantes a alcaldes.
La apuesta es que obtuviera una votación mayoritaria en el Consejo Estatal de Morena, donde creía que se decidirían las candidaturas más importantes.
Para su mala suerte, las nominaciones nunca estuvieron en manos del Consejo Estatal morenista y su nula popularidad en el electorado lo dejó fuera de todas postulaciones a las que aspiraba.
El mayor drama vino entre marzo y abril, cuando siendo candidato de Morena a la gubernatura de Puebla, Luis Miguel Barbosa Huerta, se puso al descubierto que no estaba edificada la estructura electoral del partido. No había ninguna organización mínima para armar el ejército de representantes de casillas.
Rodrigo Abdala nunca pudo dar una explicación por la ausencia de esa estructura.
Al revés, le llovieron reclamos de muchos militantes de Morena a quienes les prometió candidaturas y no les cumplió nada.
Alguna vez en el cuartel de campaña de Barbosa –ubicado en la colonia El Mirador—se le llegó a tildar de “traidor”.
De hecho, a lo largo de la campaña un comentario generalizado que había es que no sabían si trabaja a favor o en contra de Morena.
Muchos decían de él que era como tener el enemigo en casa.