Cuando Mario Marín Torres vivía su luna de miel con el poder, Alejandro Armenta no dudó en meterse en sus alas.
Cuando se refería a él, disfrutaba hacer explícita su lealtad.
Una lealtad hasta cierto punto ignominiosa.
“El señor gobernador me dijo (…) el señor gobernador me indicó (…) me encontré al señor gobernador”, se jactaba orgulloso.
En reciprocidad, Marín lo dejó ver —en un desayuno con columnistas en Casa Puebla— como su gran proyecto después de Javier López Zavala.
“Después de Javier viene Alejandro”, señaló orgulloso.
La lealtad se fue diluyendo con el tiempo, sobre todo después del affaire Marín-Cacho, hasta que llegó el momento de clavarle un puñal por la espalda al padre político.
Una vez que Marín fue detenido en Acapulco, Armenta guardó silencio y nada dijo.
Ni una palabra.
Ni un “lo siento”.
No hay referencias de Marín en sus redes, en sus entrevistas.
Como buen Edipo, mató al padre.
Hizo lo mismo con Miguel Ángel Osorio Chong, quien a su manera lo hizo crecer al seno de Gobernación.
Cuando el peñanietismo empezó a hundirse, Armenta desconoció al tutor y se fue a los brazos del lopezobradorismo.
Pronto encontró unas alas muy similares a las marinistas en Ricardo Monreal.
Hoy, ronronea debajo de su axila izquierda.
Fiel a su biografía: algún día lo traicionará.
El aún diputado Saúl Huerta tejió alianzas con él.
Ambos se esmeraban en elogios mutuos en sus redes.
Los calificativos se ruborizaban de tanto homenaje.
En varias ocasiones se encontraron en restaurantes de la Ciudad de México para sellar sus pactos.
Incluso lo acercó a la presidenta Claudia Rivera para cerrar el ostión.
Huerta, ahora lo sabemos, iba y venía de cama en cama con sus víctimas, y de mesa en mesa, con sus aliados.
Disfrutaba la vida loca siempre bajo el mismo esquema: lucrar con la pobreza de la futura víctima, prometer incentivos a los familiares, drogar para aflojar las piernas y aparecer como un Roemer venido a menos: en pelotas.
¿Deveras no se enteraron de las bajezas del diputado sus dos aliados poblanos?
¿No vieron algo en las mirada huidizas de los choferes?
¿No olieron qué clase de gusano era su comparsa cameral?
Apenas sobrevino el escándalo, los mariachis callaron.
Claudia Rivera condenó desde su Twitter algo tan abstracto que terminó por no condenar nada.
Vea el hipócrita lector:
“Mi causa personal siempre estará del lado de las víctimas. Si bien creo firmemente en el principio de presunción de inocencia, jamás me sumaré a dinámicas de revictimización.
“Nuestro movimiento y sus valores trascienden a las personas. En lo individual, cada quien es responsable tanto de sus acciones como de sus errores, y debe enfrentar el juicio de la ley. Ni toleramos, ni condenamos”.
¡Ah, chingá!
“Ni toleramos, ni condenamos”.
¿Entonces qué?
Cómo no recordar a un gobernador de la época de Luis Echeverría que decía algo muy parecido a lo anterior:
“No somos ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario”.
Ufff.
Total que en sus líneas de Twitter, subliminalmente Claudia se solidarizó con su aliado —el diputado Huerta— pero también lo condenó.
O ni se solidarizó ni lo condenó, sino todo lo contrario.
El caso es que ya lo tiró al bote de la basura.
¿De qué le sirve un aliado que está más cerca de la cárcel que de su curul?
Más pragmático, y fiel a lo que hizo con Marín y con Osorio Chong, Armenta guardó un penoso silencio en Twitter y en Facebook.
Ni una palabra de consuelo para el amigo caído en su búsqueda del placer.
Ni un “lo siento”.
Ni un “te lo mereces”.
El silencio en este caso es el mejor puñal.
Nota Bene: Cuentan que Bertha Luján, madre de la secretaria del Trabajo y semidueña de Morena, está muy molesta con Claudia Rivera porque le dio candidaturas de más a los armentistas, cuando éste no era el acuerdo.