En su sabiduría infinita, y metido en su guerra en contra del IFE de José Woldenberg, al entonces gobernador Manuel Bartlett Díaz le ganó la nostalgia y recordó que en sus tiempos le bastaban cincuenta personas y dos teléfonos fijos para organizar las elecciones mexicanas.
“Con eso era suficiente, ¿eh? No requeríamos más”, asentó con la mano derecha en la quijada.
Con ese esquema, con esos protocolos, organizó las elección de Chihuahua —la del inmortal “fraude patriótico”— y la del 88 —mejor conocida como la de La Caída del Sistema.
Hoy, con tanta crítica y vituperio en contra del INE, no estaría de más recurrir al juicio sensato de Bartlett y regresar a la era de los Picapiedra.
Cincuenta personas que pasen datos por teléfono se consiguen en cualquier lado.
(Las actas electorales con las firmas de los representantes de los partido político llegarán después. No hay prisa).
Las que sí aumentarían serían las líneas telefónicas.
Con diez teléfonos fijos sería ideal para que nuestra democracia recupere valores, agarre cuerpo de nuevo e ingrese a la muy aplaudida Austeridá Republicana.
Lo demás sería idílico:
Bartlett dejaría la titularidad de la CFE para pasar a ser la cabeza de la CFE.
Me explico:
Le diría adiós a la Comisión Federal de Electricidad para revivir la Comisión Federal Electoral.
Los resultados, como en los viejos tiempos, tardarían lo que invierte un ADO en recorrer el país de Sonora a Yucatán (como los Sombreros Tardán).
¿Pero qué prisa tenemos?
Ninguna.
El INE es rápido pero costoso.
Y está lleno de consejeros acobardados, conservadores y fifís.
Y algo más:
Poco duchos en torcer la ley cuando sea necesario.
Además ya no estará en San Lázaro Porfirio Muñoz Ledo para gritar “¡fraude, fraude, fraude!”.
Nota bene: Bartlett fue acompañado en ambas elecciones ochenteras por sus incondicionales de muchos años: Óscar de Lassé —encargado de la inteligencia política—y don José María Morfín Patraca, experto en Derecho Electoral.
El segundo ya murió.
El primero tiene un despacho especializado en sus temas de “inteligencia”.
¿Quiénes podrían ayudarle en esa cruzada democrática a bajo costo?
Layda Sansores y Ana Gabriela Guevara: dos distinguidas pupilas suyas.
La primera se robaría las urnas —como le enseñó su padre, el célebre Negro Sansores— y la segunda entraría al relevo para llevarlas —como de rayo— a la CFE, donde monsieur Bartlett contará los votos como Dios manda: uno por uno.
Faltaba más.
Las Campañas, Día 2. Qué emoción: este lunes fue el segundo día de campañas electorales.
Nadie aplaude, nadie lanza confeti, nadie manipula la matraca.
Estas campañas son el retrato hablado del repudio que la gente tiene por los políticos mexicanos.
Ellos, allá, por su lado, diciendo discursos aburridos y sosos, mientras la gente regresa de sus vacaciones covid con el murciélago de Wuhan soplándole la nuca.
Este es el país que tenemos.
¿A qué lugar perdido de la memoria fueron a dar Rosita (la de la Resurrección), don Pepe (el fiero mapache electoral) y las Comadres (expertas en el acarreo)?
¿Quién gana, quién pierde?
Ganan los ciudadanos (que se ahorran los discursos) y pierde la empresa que hace los Frutsis.
Es decir: Jugos Del Valle, propiedad de Coca-Cola.