La Quinta Columna
Mario Alberto Mejía
Negocios. Para estos hombres, la lealtad es proporcional a las divisas. El joven que boxea con Julio César Chávez de sparring es hijo de quien más sale ganando con el Centro Comercial Angelópolis. Esta es una novela inédita.
XVIII
El primer reporte que llegó a manos de Óscar de la O confirmó los hechos: doña Evangelina había iniciado un romance con Pierre Roché ––de 43 años de edad, irlandés de nacimiento, hijo de padre francés y madre lituana–– cuando el licenciado Fraudlett era candidato a la gubernatura y Pepe Orendain, Sombra, ya tenía planeado el concepto del centro comercial “Angelópolis”.
La señora Augusta La Chata Letelier fue quien los presentó. Hubo un vínculo inmediato. Doña Evangelina lo había hecho su amante en venganza contra un ex amante anterior: el licenciado Hernán Elías Calles, quien en algún momento fue subsecretario de Fraudlett en Gobernación. Elías Calles tenía un pasado interesante: nieto del expresidente Plutarco Elías Calles, era un mujeriego empedernido y entre sus amantes figuraban Silvia Pinal, Maricruz Olivier y Anel, la exesposa del cantante José-José. Doña Evangelina tuvo un tórrido romance con Elías Calles cuando éste trabajaba con el licenciado Fraudlett. Fue en venganza contra don Othoniel que se enganchó con Pierre Roché.
Ella le daba una cantidad generosa mensualmente a su amante. La cantidad no aparecía especificada en el informe de De la O. También pagaba el departamento en Polanco donde vivía Pierre. Además le había regalado de cumpleaños un Jaguar blanco último modelo.
De la O respiró profundo y se puso a limpiar el reporte. Hernán Elías Calles desapareció del mismo. No podía involucrar a quien lo presentó con Fraudlett y con quien guardaba hasta la fecha una espléndida relación y hacía algunos jugosos negocios.
XIX
Algo había notado Leo Othoniel Fraudlett en los ojos de su madre cuando la vio la última vez. Un brillo extraño. Pero no le preguntó nada ni le dijo a su papá. Lo que él quería era hacer dinero, mucho dinero, y no tenía tiempo para nada más.
El gobernador lo había sentado con uno de sus funcionarios para que lo hiciera socio en un lucrativo negocio de muebles rústicos: “Segusino”. Leo Othoniel viajó a Puebla esa vez para comer con su papá y llegar a un acuerdo con Antonio Zaraín, como se llamaba el empresario. Algo raro notó en el semblante del gobernador, pero no dijo nada. Quería hacer dinero y estaba concentrado en eso.
—¿Sigues practicando box con Julio César Chávez?
—Sí, papá, pero ya casi no.
—¿Cómo está tu novia? ¿Cómo se llama?
—¿Quién?
—La güerita de ojos grises.
—Katia. Ya no ando con ella. Ahora estoy con Priscila.
—¿Quién es ella?
—Sobrina de Pedro Aspe.
—¿Ah sí?
La charla giró hacia donde Leo Othoniel quería que girara.
—¿Por qué no le dices a Zaraín que mejor lo veo aquí para que tú
estés presente?
—¿Dónde quedaron de verse?
—En Chipilo.
—Ja. No vayas. Que él venga, ¿eh?
Una hora más tarde, Zaraín estaba en Casa Puebla.
—¿Para qué soy bueno, señor gobernador?
—Nada, Toño; Leo está aquí para que de una vez acordemos los términos de la sociedad, ¿verdad?
—Usted dígame cómo le hacemos.
—Dale a mi hijo el cuarenta por ciento y yo te garantizo que el negocio marchará sobre ruedas, ¿eh?
—¿El cuarenta por ciento, señor?
—El cuarenta. ¿Ya saben dónde van a instalar el taller?
—Mi tío Jaime me presta una fábrica abandonada que tiene en Iztapalapa. Es enorme —dijo Leo Othoniel.
—No se diga más. Toño, ya está todo, ¿verdad? Urge que mandes a tus mejores hombres para que empiecen a trabajar allá.
—Muy bien, señor gobernador, aunque tengo algunas dudas.
—¿Dudas conmigo? Arréglalo con El Indito. Él que se encargue de resolver tus dudas, ¿eh?
XX
Varios periodistas eran asiduos a Casa Puebla. Uno de ellos se sentía el Serrat poblano y cantaba de pronto en una vieja casona del Centro Histórico donde oficiaba el hijo de Julián Soler: miembro ilustre de la dinastía con el mismo apellido. Otro más se sentía un consumado sommelier y gustaba de impresionar a sus amigos con la magia de vinos ligeramente avinagrados. No obstante, el que oficiaba como una especie de vicegobernador de la prensa era don Ferruco Montano Ponta, autodenominado “decano” del periodismo poblano.
Con ellos se entretenía Fraudlett hablando de hazañas no logradas.
Cohiba en mano, relataba minuciosamente cómo Emilio Gamboa, a la sazón particular de Miguel de la Madrid, le abría las puertas de Los Pinos a Carlos Salinas de Gortari y se las cerraba a él.
Los tres elegían sus mejores calificativos para dejar en claro que Fraudlett era el prohombre soñado por una revolución interrumpida. Él, en reciprocidad, los mandaba a viajar a Europa y les pagaba sus pérdidas materiales cada vez que los amantes de lo ajeno les vaciaban sus casas.
(Continuará)
