Jorge Rodrìguez Corona / A Puerta Cerrada
Y si el PRI se juega el domingo, en la elección de diputados federales, la posibilidad de ir a una contienda de gobernador en 2016 con la frente en alto y el pecho erguido, qué es lo que se juegan, por su parte, el PAN y el morenovallismo. Ídem: la confianza en sí mismos y la ratificación de esa idea que los ha hecho concebirse infalibles e invencibles.
En términos prácticos, el gobernador Rafael Moreno Valle no requiere de un numeroso equipo de cabilderos en San Lázaro para negociar temas de relevancia como el monto del presupuesto y las participaciones federales que la Cámara de Diputados asigna a Puebla.
Durante cinco años fue él quien encabezó esa tarea, de manera personal, no solo con los líderes de las bancadas existentes en el Congreso de la Unión sino con los integrantes del gabinete del gobierno de la República que había que hacerlo, entre ellos, los secretarios de Hacienda y de Comunicaciones y Transportes.
Luego entonces, mandar a un vasto grupo de diputados federales que representen los intereses económicos de la administración estatal no debe ser una meta prioritaria para el mandatario, menos cuando lo que sigue, lo que tocará a la nueva legislatura, será la aprobación del presupuesto para el último año de su gobierno.
No es ahí donde radica la importancia de estos comicios para el panismo-morenovallismo.
Tampoco puede esperarse que la contienda de candidatos a diputados federales sea una suerte de referéndum para evaluar el desempeño del grupo y el partido en el poder o una fotografía anticipada (si pudieran existir este tipo de fotografías) acerca de lo que ocurrirá en 2016 con la sucesión.
Ahí está el 16-0 que consiguió el PRI de Mario Marín Torres en las federales de 2009, sí, justo un año antes de perder la gubernatura y ser expulsado de Casa Puebla.
Las características y motivaciones que aderezan una disputa de legisladores federales, intermedia, históricamente de las menos concurridas en el estado, difieren por completo de aquellas que acompañan a una elección de gobernador.
Así pasa en todos lados, lo mismo en Puebla que en Baja California o en Quintana Roo, por ejemplo.
Si a eso se le agrega la imposibilidad que tuvo el PAN esta vez para ir en alianza con otros partidos políticos, como lo hizo en los comicios locales de 2010, 2013 y como intentará hacerlo de nueva cuenta en los de 2016, tiene que entenderse una cosa: que tomar como base los resultados del próximo domingo puede conducir a la elaboración de un pronóstico parcial y rotundamente equivocado.
Frente a los previsibles esfuerzos de resucitación que emprenderá el tricolor para encarar la pelea del año que viene, respaldado desde la capital del país por el gobierno federal, al panismo de Moreno Valle le ayudará volver a mostrarse, el domingo 7 de junio, como esa aplanadora electoral que no da treguas ni concesiones.
Tendría que estar obligado a hacerlo.
Sobre todo en la ciudad de Puebla, la zona geográfica de mayor relevancia política por encontrarse bajo el mando de aquel que será su candidato a gobernador: José Antonio Gali Fayad.
Si hacerse de seis, ocho o hasta 10 distritos (en el mejor de sus escenarios), le daría al PRI una inmejorable dosis de credibilidad en sí mismo para ir a la sucesión del 2016, después de ser vapuleado en dos elecciones locales sucesivas, al PAN, hacer lo propio, le ratificaría esa imagen de rival imbatible que logró en 2010, con todos los efectos positivos que esto conlleva.
De ahí la importancia de los resultados del próximo domingo para ambos partidos.
Los números, a favor o en contra, se reflejarán en el estado de ánimo de sus militantes, de sus líderes (los de a de veras) y de sus futuros contendientes.
Ayudarán a sanar heridas internas, a superar diferencias entre grupos o, de plano, a ensancharlas.
Ahí descansa el interés por los comicios del 7 de junio.
@jorgerdzc