Mario Alberto Mejía / La Quintacolumna
El genio priista que juntó a José Juan Espinosa, Ana Teresa Aranda y Jorge Méndez Spínola tuvo una virtud que en su caso es defecto: puso en una misma mesa a tres de los personajes más impresentables de la política poblana para abanderar causas de todo tipo: de venganza política, de lucro, de prebendas perdidas y de pesos y centavos.
¿Cuál fue el criterio para armar el Club de los Impresentables?
Parece sencillo: buscar de entre las diversas expresiones políticas a los más vulnerables: esos que se solazan en los chiqueros.
Vea el hipócrita lector quiénes son aquellos que enarbolarán las luchas sociales por cortesía del PRI hacia el 2016:
Jorge Méndez, a quien sus enemigos señalaron de haberse quedado con propiedades de la UAP en el pasado reciente, viene de la peor de las corrientes perredistas: la de René Bejarano, el Señor de las Ligas exhibido por Carlos Ahumada.
Esposo de Rosa Márquez, una de las dos “Rosas Salvajes”, como las bautizó Beatriz Gutiérrez Mueller —hoy esposa de Andrés Manuel López Obrador—, don Jorge fue manchado por su jefe Bejarano hasta la ignominia.
Hoy, con ese desprestigio a cuestas, se presenta como un luchador de las mejores causas sociales.
Ana Teresa Aranda es hija dilecta del marinismo-zavalismo, que, al decir de Carlos Ibáñez, la bañó con el aroma de varias maletas entregadas en la colonia Condesa de la ciudad de México.
Su ánimo mercenario no está a discusión al decir del propio Ibáñez, quien fue testigo de cómo se entregó a la causa zavalista en 2010 a cambio de un suculento plato de lentejas.
El último de la fila es el más impresentable de todos: José Juan Espinosa.
Nuestro héroe viene de enfrentar el repudio popular luego de que su subcomandante de la Policía Municipal mató por la espalda a un joven que apenas rebasaba los 18 años de edad.
Espinosa tiene, además, una cola brutal que arrastra toda clase de irregularidades en las que no ha dudado en involucrar a su propio padre.
Con estos tres alegres compadres el PRI espera enfrentar la lucha por la minigubernatura.
Que Ahumada los redima.
Los Clavos de la Crucifixión. El affaire que tiene como protagonista central a Lorenzo Córdova, presidente del Consejo General del INE, ha mostrado lo mejor y lo peor de la política mexicana.
En un primer momento salieron voces auténticas a condenar el racismo y el clasismo de Córdova: exhibido en esos ríos de lodo a través de una conversación telefónica grabada de manera ilegal.
Sus dichos, en efecto, no sólo dieron pena ajena: generaron un repudio masivo.
El problema estuvo cuando las voces más antipáticas del mundo periodístico nacional se rasgaron las vestiduras y exhibieron una y otra vez el desliz, injustificable, de Lorenzo Córdova.
Y es que sus críticas hipócritas evidenciaron que todo era un montaje para enjuiciar a un personaje que, pese a sus dichos privados, ha mostrado una congruencia singular.
Fue inevitable no pensar en Mario Marín en esta historia, sobre todo cuando fue grabado de manera ilegal hablando soezmente en contra de la periodista Lydia Cacho.
En esa ocasión pocos hablaron de que fue pinchado arteramente violando todas las reglas.
Sus críticos, entre ellos el propio Córdova, se le fueron con todo por sus expresiones privadas que rayaban en la pornografía y el mal gusto.
Esa pornografía y mal gusto al que al parecer también es afecto el presidente del INE.
No obstante, los clavos con los que crucificaron a los dos son de diferente estirpe: unos son de plata, otros estaban oxidados.
El Cerdito Feliz. Los defensores de José Juan Espinosa en la prensa poblana ya no saben cómo lograr un incremento del convenio publicitario.
Dan pena ajena.
Hasta maromas practican en aras de que sus dineritos se multipliquen en los días que vienen.
Uno de estos, por cierto, tampoco deja de elogiar a Marín, que en su sexenio le regaló una granjita de marranitos que sirvió como metáfora exacta de sus servicios prestados.
Vea el lector:
Ahora que celebró el regreso de Marín a la vida pública se excedió en su felación.
Y es que quiso decir que su jefe iba “impecablemente vestido” y terminó diciendo que iba “implacablemente vestido”.
Él objetará: “¿acaso no es lo mismo?”
¿Hay kleenex que alcance para limpiar su gula?