En la práctica no ha sido fácil conjuntar la cantidad de requisitos que en teoría se necesitan para que el PRI tenga por fin un auténtico líder estatal, capaz de encabezar la profunda transformación que el partido tanto cacarea.
Congruencia, independencia, valentía, apoyo de la militancia y sobre todo, que no responda a ninguno de los liderazgos que hoy se disputan el control del tricolor para desde ahí perfilar sus respectivos proyectos políticos personales.
La misión parece imposible.
Por eso todavía no hay nada decidido.
El manoseo de nombres y las consecuentes madrizas mediáticas son un reflejo claro de la incertidumbre que hasta hoy se vive.
La desesperación es tal que, hay quienes proponen inclusive el revivir a alguna “vaca sagrada” de aquel priismo de la época del régimen de partido único para que actúe como amalgama que concilie intereses y sane fracturas.
Lo anterior, no es más que la consecuencia de un exitoso proceso de cooptación del partido, por parte del morenovallismo, para nulificarlo como fuerza política en el estado.
Más allá del vasallaje y la sumisión mostrada por los priistas poblanos desde el momento mismo en que perdieron el poder, el verdadero debilitamiento del tricolor vino a través de la infiltración de su centro neurálgico.
Sí, en términos clínicos, al PRI poblano lo desconectaron.
La estrategia se puso en marcha en la coyuntura del proceso presidencial del 2012 y sus consecuencias se sintieron con enorme contundencia en la elección local del año pasado.
Si el tricolor estuvo al servicio de los intereses políticos del gobernador, es porque para el mandatario se trataba de un asunto de altísima prioridad en el escenario de un cogobierno con un presidente emanado de las filas del Revolucionario Institucional.
De otra manera, para el mandatario poblano se hubiera reducido enormemente su capacidad de negociación.
Más allá de las cuestiones mediáticas, hay acciones concretas que como líder del PRI ordenó Fernando Morales Martínez y que tuvieron como consecuencia un importante debilitamiento del partido en Puebla.
Por ejemplo, cuatro días después de la victoria de Peña Nieto en la presidencial de julio, Fernando tuvo una reunión con estructura, operadores y candidatos ganadores en donde dio la orden expresa de replegarse, dejar por un tiempo el trabajo político para “esperar” el desahogo en tribunales de la impugnación de la elección y en función de eso analizar el escenario político y convocar, luego, a liderazgos y ganadores a realizar una gira de agradecimiento a militantes y simpatizantes.
Así se hizo.
Morales, siguiendo las órdenes del gobernador, mandó “desconectar” al partido y se autoexilió en Miami por espacio de mes y medio.
El caso de Puebla fue único.
En otros estados de la República en donde existen gobiernos emanados de partidos políticos diferentes al PRI, el triunfo de Peña sirvió para fortalecer a la militancia y a los simpatizantes tricolores a tal grado que hoy son un auténtico y efectivo contrapeso al poder de esos mandatarios.
Oaxaca, por ejemplo, en donde el Revolucionario ganó sólo un distrito, el priismo inmediatamente le plantó cara al gobernador Gabino Cué y obtuvo excelentes resultados en el proceso local del año pasado.
Aquí, por el contrario, a pesar de haber ganado 12 de los 16 distritos federales locales, el PRI tomó decisiones que jugaron electoralmente en su contra en el marco del proceso local de 2013.
El penoso papel de los legisladores de ese partido en asuntos de importancia radical como el proceso de redistritación, las facilidades que aquí se dieron para favorecer la conformación de una nueva mega-coalición antipriista con el voto a favor de las ridículas modificaciones a la ley electoral local y la elección del servil y morenovallista consejo del Instituto Electoral del Estado son algunos ejemplos.
La debacle electoral del año pasado fue consecuentemente vergonzosa.
Es claro que la infiltración del PRI por parte del gobernador tuvo como objetivo el sembrar la discordia y el encono en el tricolor poblano y de esta manera, ampliar su capacidad de interlocución y negociación con un presidente de la República que, hasta el momento, ha encontrado en el gobernador poblano un aliado incondicional y no un enemigo político.