Cuentan que el martes por la mañana el secretario general de Gobierno, Fernando Manzanilla Prieto, se comunicó con el director de Relaciones Públicas del Ejecutivo, Luis Alberto Arriaga Lila, para preguntarle qué sabía acerca de las demandas que por daño moral se interpondrían contra periodistas.
El comunicador le respondió que nada más allá de lo que se había publicado en algunas columnas, en el sentido de que ciertos periodistas serían denunciados.
Manzanilla le dijo que él tampoco sabía nada, pero que el asunto le inquietaba por lo que se estaba difundiendo en redes sociales y por las consecuencias políticas y mediáticas que tal acción podría desencadenar.
El propósito de traer a colación esta anécdota no es otro más que ilustrar la poca comunicación que existe entre el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas y su cuñado y jefe de gabinete, Fernando Manzanilla, en temas tan sensibles como el que hoy tiene el mandatario estatal en el ojo del huracán mediático.
Y también cómo desde la Dirección de Comunicación Social, a cargo de Sergio Ramírez Robles, se maneja una agenda que ni siquiera es puesta a la consideración del que se supone es el secretario general de Gobierno y responsable de la política interior.
Ahora que Manzanilla y sus sabuesos andan a la búsqueda de traidores y desleales dentro y fuera de su círculo más cercano, no estaría de más que se asomaran dentro de Casa Aguayo a las oficinas de Ramírez Robles.
Ahí seguramente encontrarán lo que buscan, y descubrirán también que éste no se manda sólo, sino que hace y opera que su verdadero jefe —el gobernador—le dice, entre otras cosas a quiénes apoyar y a quienes no en la puja por la nominación del PAN a la presidencia municipal de Puebla.
Así o más claro.
