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Alfonso Quiroz Cuarón nació el 19 de febrero de 1910 en Jiménez, Chihuahua. Su niñez transcurrió entre enfrentamientos y muertos; era más común salir de casa y descubrir cadáveres en las calles que ir a la escuela o jugar. Ése fue el panorama donde creció el médico forense más famoso del país, hasta que su padre decidió que se tenían que mudar a Tampico. Ahí estudió hasta la preparatoria.
En la pubertad vivió dos de los acontecimientos que más lo marcaron: la muerte de su madre y el asesinato de su padre. Este último hecho hizo que poco a poco se interesara por las conductas criminales. Fue entonces cuando emigró a la ciudad de México. Su tío José Cuarón le consiguió trabajo de ayudante en la cárcel de Belén, en la colonia Doctores. En las mañanas estudiaba Medicina en la Escuela Médico Militar y por las tardes devoraba las obras del psicoanalista Sigmund Freud. Como practicante en el Servicio Médico Forense hizo sus primeras necropsias y se interesó por la medicina legal. En 1939 se convirtió en el primer criminólogo graduado en la UNAM. Así surgió el padre de la criminología mexicana.
El primer caso que investigó fue el asesinato de Trotsky. Una noche, en su casa ubicada en la colonia Roma recibió una visita del abogado de Coyoacán, Raúl Carrancá. El activista ruso había muerto en un atentado. El supuesto agresor: Jacques Mornard. La tarea: estudiar a detalle la personalidad de éste.
El diagnóstico, realizado en colaboración con el doctor José Gómez Robleda, y que le llevó seis meses y mil 359 páginas escritas a renglón seguido, fue uno de los más completos que se han hecho a un criminal. En él se declaraba al asesino como mitómano, sin ninguna enfermedad mental. Sin embargo Quiroz no quedó satisfecho con el resultado. Había demasiadas incógnitas en el caso. Diez años después, en 1950, el doctor demostró con documentos y huellas que Monrad en realidad se llamaba José Ramón Mercader, que no era belga sino español y que había entrado a México por la amistad que tuvo con el archienemigo del revolucionario ruso, el pintor David Alfaro Siqueiros. El descubrimiento le valió el reconocimiento mundial.
Después de esta investigación, la revista estadounidense Time lo llamó el “Sherlock Holmes mexicano”. Incluso en su despacho había una gorra de sabueso, de las que usaban los detectives en la época victoriana.
Posteriormente, el aficionado a la novela policíaca y al cine negro, analizó a personajes de la nota roja como Gregorio “Goyo” Cárdenas, del cual aseguró que, como era un hombre que se tachaba de estar loco para evadir su responsabilidad sólo merecía desprecio. Escribió el libro Un estrangulador de mujeres, donde recopiló dictámenes médicos sobre el asesino de Tacuba.
El año de 1952 fue muy prolífico para su carrera: coordinó los estudios para establecer la autenticidad de los restos del último emperador Azteca, Cuauhtémoc y el caso de Higinio “El Pelón” Soberana de la Flor, de 24 años, procesado por acribillar a un hombre en pleno tránsito y el asesinato de una mujer. El veredicto: esquizofrenia destructiva y progresiva. Higinio era un enfermo mental. Lo mandaron directito al sanatorio.
El 7 de octubre de 1978 llegó su última averiguación y la que lo debilitó hasta la muerte. Gilberto Flores Muñoz, secretario de Agricultura en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, exgobernador de Nayarit y su esposa, la escritora Asunción Izquierdo, fueron asesinados a machetazos dentro de su casa en las Lomas de Chapultepec. El sospechoso principal: el nieto, Gilberto Flores Alavez. Quiroz fue nombrado perito. Pero el 16 de noviembre, mientras impartía una clase en la UNAM, falleció de un infarto. Algunos creen que fue tanto el desgaste y la exigencia que no aguantó.
La influencia del doctor es de las más importantes en cuanto a criminología y medicina forense. Reformó el sistema penitenciario en México y contribuyó a la desaparición del Palacio Negro de Lecumberri. Sin embargo, fuera de su entorno detectivesco, su vida personal fue un misterio. Y como Holmes, nunca se casó.