Aunque sólo recuerda que salió de su natal Tehuacán hace más de dos meses, Abelardo Martínez González de 17 años, ve con tristeza las marcas que le quedaron en los brazos al intentar cruzar la frontera por el desierto para llegar a Nueva York como indocumentado, así como el recuerdo de haber pasado siete días con sus noches perdido y sin provisiones, hasta que fue rescatado por un helicóptero que lo trasladó a Nogales, Sonora.
Con la mirada taciturna el adolescente que no supera el metro con 60 centímetros ni los 50 kilogramos, lamentó haberse ido a la aventura sin siquiera tener conocimiento de que era tan difícil pasar por el desierto y mucho menos caminar tantas horas.
El menor tiene el consuelo de que no pagará los 6 mil pesos que sus amigos le prestaron para irse a la frontera, pues aseguró que había quedado con ellos que en caso de pasar al otro lado les pagaría el costo del viaje y los 3 mil dólares que le cobraría el pollero, pero de lo contrario no habría compromiso de por medio.
Acompañado de su padre, de aproximadamente 50 años de edad y de complexión menor que él, se dijo agradecido de no haber muerto en el desierto, no descartó un segundo intento para cruzar la frontera pero aseguró que sería cuando tuviera más edad.
Abelardo es uno de los 20 menores que no pudieron pasar la frontera y fueron repatriados a través del Sistema Estatal DIF de Puebla para reunirse con sus familiares, de 2011 a la fecha suman 191 casos similares de reintegración.
El adolescente explicó que la aventura de su viaje inició a finales de junio principios de julio cuando, con un grupo de conocidos abordó un autobús para trasladarse a la ciudad fronteriza de Nogales, dónde una persona ya los estaba esperando para cruzar la frontera, “sólo es una alambrada lo que divide al país, pero lo difícil es entrar”.
Con los labios aún inflamados y manchas en el rostro relató que con el paso de las horas y la intensidad del calor, el grupo inicial se dispersó hasta que sin darse cuenta se quedó solo, sin agua ni alimentos en medio de un lugar que no conocía y ni siquiera podía ver por la oscuridad, además del temor por los animales de la zona, pues mencionó que el ruido de las serpientes de cascabel era constante.
Con asombro narró que en los primeros días tenía la esperanza de encontrar a alguno de sus compañeros y retomar el camino para llegar a Nueva York, trabajar, ganar muchos dólares y mandárselos a sus papás, pues de campesino en su tierra mencionó que no podía aspirar a más, además, sólo había estudiado hasta la secundaria.
De origen humilde, en el rostro aún conserva el primer bigote delgado y ralo que surge en la adolescencia, con ademanes lentos recordó que ya en los últimos días en lo que menos pensaba era en cruzar la frontera, sino en sobrevivir “yo dije que no quería morir ahí, por qué la ilusión de volver a mi tierra para ver a mi familia me daba fuerzas y así fue”.
Con la vista nublada, sin pertenencias y la ropa rasgada por la maleza, decidió entregarse a las autoridades migratorias, sin embargo éstas no aparecieron sino dos días después, cuando apenas podía mantenerse en pie y con mucho esfuerzo podía respirar, ya que de forma constante escupía sangre.
Antes de su rescate, el menor se encontraba tirado en el suelo y sin fuerzas, “como en las películas pasó el helicóptero, me paré levante los brazos, no sé qué les dije, bajaron y me llevaron al DIF de Nogales, ahí estuve un buen rato hasta que me sentí bien y me regresaron para Puebla”.
Con un apretón de manos y de abrazo, Abelardo se despidió de cada uno de los menores repatriados de distintos municipios del estado con quienes convivió por varios días ante su frustrado sueño americano.
