El 15 de agosto de 1896 se realizó en México la primera función abierta al público, en la calle de Plateros, hoy Madero en el Centro Histórico de la capital del país. Claudio Fernando Bon Bernard y Gabriel Veyre fueron los enviados de los hermanos Lumiere, quienes maravillaron a todos con el cinematógrafo, uno de los inventos que revolucionó el arte de las imágenes. Se proyectó entoces Llegada de un tren y Salida de los obreros de la fábrica. Y justo ahí comenzó la historia.
121 años después y a iniciativa del Senado de la República se escogió esta fecha para celebrar el Día Nacional del Cine Mexicano, como una forma de destacar el aporte cultural e ideológico de la producción cinematográfica nacional, así como promover estímulos para la industria.
Por ello instituciones federales y empresas del sector cinematográfico privado han organizado una serie de actividades para promover el consumo de películas hechas en el país.
Para tal festejo, la Secretaría de Cultura, a través Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), la Cineteca Nacional y las Cinetecas de Nuevo León, Zacatecas y Tijuana ofrecerán una selección de largometrajes de ficción, documentales y cortometrajes de manera gratituita.
La realidad del cine mexicano
Para nadie es una novedad que el cine mexicano de hoy atraviesa uno de sus mejores momentos a nivel de producción, tan solo el año pasado se realizaron 162 largometrajes, esa asignatura está superada, pero no así la de la exhibición, y solo algunas cuantas películas que se estrenan logran superar los 100 mil espectadores en promedio cada uno.
Aunque también es cierto que algunas cintas de comedia o comedia romática han conquistado la taquilla nacional, el fenómeno de No se aceptan devoluciones, la película más vista en la historia del cine nacional, seguida por ¿Qué culpa tiene el niño? o No manches Frida, marcan esta tendencia.
Tampoco para nadie es extraño que los blockbusters dominan las pantallas del mundo, por lo que en México la producción local, y todo aquello que no sea Hollywood, tiene sus días contados en cartelera, a pesar de contar con incentivos fiscales para la distribución.
La gran encrucijada que vive la industria nacional está en la exhibición, ya que con la mayor de la suerte una película mexicana puede permanecer en salas si acaso dos o tres semanas.
Durante mucho tiempo ver cine mexicano era de mal gusto o para nacos, había una animadversion que se acrecentó durante los años 80 con el abuso desmedido de la producción de cintas de albueres y sexy comedias, lo que alejó a los espectadores.
Tuvieron que pasar décadas para que la gente se reencontrara con la propuestas nacionales y poco a poco películas como Cilantro y perejil, El callejón de los milagros, Amores perros, entre otras sentaron las bases de esta reconciliación.
Lo que resulta evidente es que el cine nacional ya dejó de ser un género, hoy lo mismo se hacen comedias o dramas intensos, pero también películas de búsqueda estética, exploración artística, y sobre todo el documental ha logrado posicionarse como una forma narrativa de gran aliento y calidad que puede conectar con el público abiertamente. Hoy el cine mexicano se puede entender a partir de su diversidad de contenidos, formas y temáticas.
Una prueba feaciente de la fuerza de la cinematografía nacional es su gran presencia en los festivales internacionales, México mantiene una racha de ganar premios lo mismo en Cannes, Berlín, San Sebastián, Venecia, Locarno, aunque muchas de esas películas tenga un paso efímero en cartelera.
¿Qué hace falta? Mucho. Desde un diseño de políticas públicas más eficientes, que estimulen una exhibición más equitativa, hasta que el público haga valer su voz para ver cine mexicano no por decreto sino por elección.