Quince años de espera, tres finales perdidas y un castigo porcentual que dolió en el alma, esos son los antecedentes, un verdadero infierno. Pero esta vez, ese mismo infierno fue rojo, ardiente y glorioso. El Deportivo Toluca se coronó campeón del fútbol mexicano al vencer 2-0 al América en el estadio Nemesio Diez, levantando su undécimo título de Liga MX y reescribiendo su historia con fuego, corazón y revancha.
La final fue una batalla cerrada, táctica, donde el equipo de Antonio Mohamed supo esperar su momento. América, con la presión del tetracampeonato sobre los hombros, tocó la puerta, pero la defensa escarlata, liderada por Luan García, resistió con temple. Y fue precisamente el defensor brasileño quien rompió el cerrojo al minuto 65 con un cabezazo implacable en tiro de esquina que desató la locura en las tribunas con el 1-0 para la escuadra local.
Y entonces llegó el clímax. Minuto 77: en un contragolpe fulminante, Robert Morales fue derribado en el área por Cáceres. Penalti para el Diablo. Silencio. El balón en los pies de Alexis Vega. Minuto 82. Suave y magistral disparo raso que venció la estirada de Malagón para el 2-0 que selló una final soñada, la que sepultó la sequía y evitó la dinastía azulcrema.
Esta estrella no solo representa un campeonato, es el símbolo de un renacimiento. El Toluca de Mohamed, con la sangre joven de Marcel Ruiz, el liderazgo de Franco Romero y el talento explosivo de Vega y Paulinho, resurgió desde el fondo de la tabla hasta la cima del fútbol mexicano.
Hoy, el Nemesio Diez fue testigo de una noche mágica, una noche en la que se acabó la espera. Una noche en la que el Diablo ascendió a los cielos y volvió a reinar en el fútbol mexicano, para beneplácito de sus aficionados que, entre lágrimas, sonrisas y cierta incredulidad, celebraban el ansiado título y se negaban a abandonar el estadio.