De pronto, paso a ser la prioridad número 5 de mi propia vida. Tres hijos y la mamá (mi esposa) ocupan hoy los primeros cuatro escalones, luego está el papá. Lo interesante de esto es que ni siquiera pienso, ni mucho menos siento, que haya sido desplazado.
Nunca fui comprador compulsivo, de esos que ven un pantalón que les gusta y se compran tres, mucho menos me considero derrochador o de gustos culposos. Pero ahora ya me resulta muy normal gastar en ropa para todos en mi casa menos para mí, comprar lo que tienen que comer mis hijos antes que lo que me gusta comer, o en los insumos que dice mi esposa necesita ella o en general para la casa y, cuando me doy cuenta, han pasado meses sin comprarme para mí ni un chicle.
Y esto lo cuento como algo anecdótico, pues lo que sucede –al menos en mi caso– es que cuando te vuelves el proveedor de tu familia encuentras un placer difícil de explicar en ver que todo está bien, que te “alcanza para todo”, quien sabe cómo, ¡pero te alcanza! El trabajo siempre va a mejor, la claridad mental para buscar nuevas oportunidades de negocios es mayor, la administración de tiempo es más eficiente, etcétera.
Ser papá es un súper poder, es sentir que puedes con todo y que la cosa siempre irá bien. Quiero contarles que soy un papá grande. Es decir, “nada más” me tardé 42 años en tener la seguridad de saber quién sería la mamá de mis hijos y otro par en ver concretada mi paternidad en los ojos de mis gemelos. Previo a eso, viví 14 años solo y tuve perros, salí de mi natal Mérida para vivir en Veracruz y ya hace varios años, en Puebla. Recorrí muchos kilómetros, relaciones donde piensas que “ahí te quedas”, trabajos que piensas que es “el mejor que puedo tener”, anécdotas de todo tipo y todo, amigos míos, para verse eclipsado por los ojos trasparentes de mis tres hijos y la mirada llena de amor de mi esposa cuando los mira.
Ahora bien, como muchas otras cosas en la vida, estoy consciente de que corro el riesgo de caer en la rutina. Salir de casa con la certeza de que en un rato veré de nuevo a toda mi “tropa”. Y bueno, así es, espero con ansias la hora para regresar de trabajar y verlos. Pero lo que no me permito y espero nunca permitirme, es salir de casa sin darles un beso y decirles que los amo. Espero que siempre sea así. Por eso escribo estas líneas, para pedirles a ustedes que no den por sentado nada. Que antes de comenzar su día, besen a sus hijos y su pareja, denles los buenos días y deséenles lo mejor. Pues, como todo súper poder, esa es la fuente de poder.
Ser papá es la mejor profesión que nunca nadie pueda tener.
¡Excelente día amigos!