La semana pasada recordamos el nacimiento de uno de los personajes más emblemáticos de la historia contemporánea, activista, político y expresidente de Sudáfrica, nos referimos a Nelson Rolihlahla Mandela, quien nació un 18 de julio de 1918.
Me atrevo a asegurar que la mayoría de las personas saben algo de él, o por lo menos han escuchado su nombre en algún momento. Y no es para menos, logró consolidar un régimen democrático en Sudáfrica; y ayudó a ir eliminando los hilos de la segregación racial impuesta por el apartheid. Sin embargo, esa lucha tuvo consecuencias abruptas para él y su familia, siendo una la encarcelación de Mandela por 27 años.
La historia que vengo a compartir en estas líneas está escrita con la tinta de la incredulidad. Porque al conocer la trama, la primera reacción debería ser la duda. Pero, mis estimados lectores, es completamente verídica. Aunque parezca inverosímil, después de que Nelson Mandela estuviera encerrado por casi tres décadas y posterior a ganar las elecciones presidenciales de 1994, no buscó la venganza de sus captores o de la comunidad que por décadas había promovido o defendido el apartheid como sistema en el país africano; al contrario, labró los caminos para una reconciliación nacional.
Lo que más le preocupaba al nuevo presidente de Sudáfrica era la inestabilidad de un país dividido por más de 50 años de odio racial, que podría cristalizarse en una guerra civil. Según narra el periodista John Carlin en su libro El factor humano, Mandela comprendió que la tarea titánica de la unificación nacional solo sería posible si lograba una integración espontánea y emocional entre blancos y negros. Fue entonces cuando, con una claridad visionaria, identificó al deporte como una estrategia extraordinaria para fomentar esa unión.
Con la tenacidad que caracterizaba a Mandela, decidió utilizar el Mundial de Rugby que se iba a celebrar en su país en 1995, como un inicio para sellar la paz y cambiar el rumbo de la historia de su país. Fue una tarea colosal la que emprendió Madiba (como se le conocía de cariño a Mandela), porque la selección de rugby apodada como los Springboks [gacela saltarina], representaba en esencia la segregación que se vivió, porque estaba focalizada a la comunidad blanca del país, por lo tanto, se debía cambiar de paradigma para que el rugby fuera un deporte incluyente para toda Sudáfrica.
Como primer paso, Madiba decidió reunirse con el capitán del equipo de rugby, François Pienaar, para compartirle las ideas que tenía. Mandela le solicitó un año previo al mundial, que el equipo pudiera dar clases de rugby en las regiones más desfavorecidas del país a los niños sudafricanos, con la meta de poder ir promoviendo la integración que tanta falta hacía.
El capitán Pienaar, que inicialmente se mostraba escéptico, se comprometió con el proyecto presidencial de integración racial. Uno de los momentos más emblemáticos ocurrió cuando el equipo de las gacelas tuvo la oportunidad de visitar la prisión de máxima seguridad en Robben Island, donde Mandela pasó 18 de los 27 años encarcelado. En este contexto, es esencial destacar que el poema Invictus del poeta inglés William Ernest Henley se convirtió en un mantra diario para Mandela mientras se encontraba entre esas frías paredes. Las palabras del poema, cargadas de fuerza y resistencia, no dejan lugar a dudas sobre su profundo impacto, y son un reflejo claro de la determinación que mantuvo durante sus años de cautiverio.
El partido inaugural del mundial enfrentó al país anfitrión contra Australia. El equipo de los Springboks, lejos de ser considerados favoritos para ganar el certamen, vieron cómo su historia se volvía cada vez más fascinante a medida que avanzaban. El equipo sudafricano fue ganando partidos y avanzando rondas hasta llegar a la gran final del certamen, en el cual se tenían que enfrentar con una potencia en el ramo, los All Blacks de Nueva Zelanda.
Esa final culminó con una victoria para el equipo de los Springboks en el último minuto, como si fuera un guion cinematográfico para una película de Hollywood. Al final de esta travesía, Mandela tuvo razón, el deporte se convirtió en una piedra angular para dar inicio a la campaña de reconciliación. Personas que nunca habían celebrado una victoria de los Springboks salieron a la calle a gritar de alegría, mientras que aficionados blancos ondearon por las ciudades la bandera de la nueva República de Sudáfrica, la bandera de la unidad.
Desde las Gradas de la Historia, rememoramos a Mandela como un ícono de reconciliación y trascendencia, cuyo legado nos llama a no ser indiferentes ante las injusticias sociales y a reconocer, en el deporte, un camino hacia la paz.
Facebook: Othón Ordaz Gutiérrez
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