Desde finales del siglo XX, cada gobierno del estado de Puebla en turno ejerció acciones notorias de planeación de nuestras urbes y se involucró en grandes y medianos proyectos urbanos. Sentían la necesidad de trascender. Sin embargo, la falta de una visión compartida de largo plazo ha sido la impronta de la acción urbana en la sucesión de los gobiernos y en este horizonte de incertidumbre aún nos encontramos.
Con Manuel Bartlett se lograron proyectos exitosos, pero escasas buenas prácticas de planeación incluyente. Con el gobernador Melquiades Morales se impulsó un proceso de planeación urbana y regional incluyente, pero no se instrumentaron grandes acciones. Eso sí, aportaron visión del territorio, al ir a la par con el Programa de Ordenamiento Territorial del estado, realizado por INEGI e impulsado en su hechura como modelo nacional, dada la relevancia que Puebla adquiría en sus relaciones con el Sureste del país (recuerde el lector el Plan Puebla-Panamá).
La Célula de Mario Marín era una idea formidable en su visión, pero fracasó como Puerto seco o plataforma logística de transporte por problemas en la instrumentación logística. La Ciudad Modelo del gobernador Moreno Valle fue otro elefante blanco que fracasó para los fines auto impuestos, hoy es un reto reciclarla con nuevos objetivos.
Tales ejemplos bastan para afirmar que, por sistema, la planeación de las ciudades de Puebla ha carecido de políticas urbanas, firmes, continuas y sustentables. Por demás, les ha faltado el rigor de la hechura de las políticas públicas. En este contexto de incertidumbre y malas prácticas hay, sin embargo, acciones de planeación que asombran. Buenas prácticas institucionales en la elaboración de algunos de los instrumentos de planeación del territorio estatal elaborados por iniciativas del gobierno del estado. Ello, justo en el momento en que las prácticas de planeación cambiaban de paradigma, convirtiendo la política social en el grueso de la política urbana. Empero, los responsables de la Secretaría responsable mantuvieron el interés por atender el proceso metropolitano y lograron definir con mayor claridad los usos de suelo primario, preservándolos de la expansión metropolitana dentro del estado y con el vecino, Tlaxcala. Aunque discutible en algunos puntos – ¿Qué no es discutible?- El instrumento está ahí y puede ser muy útil.
Lo mismo vale decir respecto al anteproyecto del Programa Estatal de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano, que busca cubrir otro hueco normativo, ya que el vigente desde 2008 resultaba anacrónico para la instrumentación de políticas metropolitanas y regionales; y en materia ambiental daba prioridad a lo urbano respecto de lo ambiental. El anteproyecto tiene entre sus logros que su propuesta territorial es marcadamente regional y por lo tanto precisa, dado el método de consulta ciudadana que eligió.
Se puede afirmar que el principal cambio, época dicen algunos, en la planeación urbana radica que en el presente (a resultas de la adopción de los principios de la Nueva Agenda Urbana) el tema central de las ciudades no responde sólo a la demanda cuantitativa del crecimiento, ni las densidades, sino al consenso de que el problema central ha sido y será siempre la capacidad de carga de los sistemas ambientales, en apego a su cualidad de resiliencia. Esto significa que lo ambiental no es ni un componente, ni un residuo de lo urbano, sino su condición de existencia y por lo tanto, el planificador urbano, o cambia de actitud o desaparece por anacrónico. Dado que, en el futuro próximo las ciudades serán sustentables y resilientes o no serán, sino aglomeraciones humanas a la deriva.
A la par, hay que revisar los principios de la Ciudad compacta, pues sin duda, van acompañados de vicios ocultos de la ciudad especulativa. ¡Claro que hay que compactar las ciudades!, pero bajo criterios racionales de resiliencia ambiental; hay que defender la idea de que en la planeación urbana lo primero a proteger y conservar es el ciclo del agua, y por supuesto defender a capa y espada: el bosque. Sin duda, el problema es complejo por la infinidad de aristas económicas y demandas ciudadanas contenidas que se ponen en juego o se oponen haciendo imposible: la corresponsabilidad, la concurrencia, ya sea a escala de coordinación federal (Zona Metropolitana Puebla Tlaxcala), o del gobierno estatal respecto a los municipios en el fomento, asesoría, elaboración y puesta en marcha de sus instrumentos de planeación urbana.
La Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano de 2016, dice que todo municipio con más de 100,000 habitantes debe contar con su Programa Municipal de Desarrollo Urbano. Hay poco más de 20 ciudades poblanas mayores de ese umbral de población, y de ellos una pequeña parte de municipios cuenta con un programa vigente. Mientras tanto, la urbanización, la industrialización desordenada y la especulación hacen cera y pabilo de lo que pudo ser, con los mismos actores sociales y en las mismas circunstancias. El paraíso terrenal de Puebla.
De manera que sí, la política urbana en Puebla se ha quedado muy corta. Aunque el esfuerzo institucional esta vez haya sido persistente y respetable.