Una oportunidad inmejorable tendrá Moisés Ignacio Mier Velazco, candidato de Morena al Senado de la República, para demostrar que no tiene pactos oscuros con el PRIANPRD y el local Pacto de Integración Social (PSI) y su adversario, Néstor Camarillo Medina, en el debate que se celebrará el próximo 8 de mayo.
Si deja ir la posibilidad de hacer pomada, en el contraste de ideas, a su contrincante, que carece de las mínimas autoridades moral y política, se comprobará que hay un acuerdo soterrado, para perjudicar en varias regiones al lopezobradorismo, del que el mismo Mier Velazco ha despotricado, cuando sus allegados y familiares no alcanzaron candidaturas.
Aunque el diputado federal carece de herramientas retóricas suficientes, pues en casi seis años de legislador no se le recuerda un debate de altura en la tribuna de San Lázaro, tiene ante sí a un político que se caracteriza por la rijosidad, pero no por las ideas.
Además, Camarillo Medina, ex presidente municipal de Quecholac, el municipio que está en el corazón del Triángulo Rojo del estado de Puebla, es un novato en las artes oratorias, como lo es en la administración pública y, en cambio, tiene una larga cola que le pisen.
De entrada, está la manera tan accidentada, por decir lo menos, en que consiguió la postulación a la Cámara Alta, en la primera fórmula de la alianza opositora, con una autoadscripción como indígena, con una comprobación más que dudosa.
¿Dejará ir vivo, en el duelo retórico, Moisés Ignacio a Néstor?
No habrá, como en ese debate del 8 de mayo, mejor oportunidad para que el morenista compruebe su lealtad al movimiento que fundó el presidente Andrés Manuel López Obrador, de quien presumió ser “el más cercano”, que dando una batalla ideológica, con agilidad de tribuno, para exhibir al priísta y a la alianza que encabeza en la carrera al Senado.
En el papel, Camarillo resulta una presa fácil, por todos los negativos que arrastra y que, por cierto, lo han orillado del resto de las campañas de sus compañeros de coalición. La mala imagen que salpica es evidente.
Por ejemplo, da la impresión de que el abanderado del PRIANPRD y el local PSI a la gubernatura, Eduardo Rivera Pérez, lo prefiere lejos.
En el boletín oficial que el equipo de comunicación del panista envió, cuando se registró Rivera, el pasado 6 de marzo, fue notable que se tuvo el cuidado de no enviar ninguna foto en la que apareciera Camarillo. En esos días, el tema de la validez de su autoadscripción como indígena apareció con intensidad en la agenda mediática.
Hubo más gráficas y el propio Camarillo publicó en sus redes que acompañó a Eduardo en su registro ante el Instituto Estatal Electoral (IEE), pero en el envío de gráficas oficiales, por parte del equipo de comunicación, el priísta fue literalmente rasurado.
En tanto, Moisés Ignacio tuvo un arranque de campaña lleno de tropiezos. En lugar de ocuparse de sus propuestas, cuando ya las normas electorales le permitían promocionarlas, en sus primeros actos el mensaje que envío fue de un llamado timorato a la división en el lopezobradorismo poblano, por la queja de lo que él consideró “imposiciones”, al no darle a sus allegados las candidaturas que, no está de más decirlo, él había prometido a personajes que, en su mayoría, carecen de fuerza y méritos, más allá de haberse convertidos en sus porristas, previo al proceso interno que, por paliza, ganó Alejandro Armenta en seis encuestas.
En este clima y contexto, pareciera que quien más necesita el debate es Mier Velazco. Debe comprobar que en serio está compitiendo, que sí enarbola los postulados del movimiento lopezobradorista.
En síntesis, debe presentarse al debate con gallardía, exhibir a su adversario, y dejar claro que no es un esquirol.