La tragedia ocurrida en el table dance Lacoss, que ha dejado siete personas muertas y cuyo responsable material e intelectual ya fue identificado, aunque reservado a la opinión pública, abrió una herida más profunda que las cifras y los partes oficiales, la de los cuerpos que no pueden ser reconocidos por sus familiares porque la distancia, la pobreza o las restricciones migratorias les impiden llegar.
El caso de Elianis, la joven cubana cuya madre, la señora Saili, no ha podido salir de la isla para identificarla, exhibe con crudeza un problema que suele quedar oculto entre carpetas de investigación y trámites forenses.
Este lunes, logré contactar a Saili, quien con un nudo en la garganta y voz entrecortada me contó su viacrucis para poder recuperar el cuerpo de su hija, quien llevaba más de dos años viviendo en Puebla, luego de dar a luz a un niño y dejarlo bajo su cuidado para llegar a México, específicamente a Puebla, a trabajar.
La imposibilidad de reconocer un cuerpo no solo prolonga el duelo, suspende toda posibilidad de justicia emocional. Para las autoridades, un cuerpo no identificado es un expediente que no avanza y para la familia, es un limbo desgarrador donde la muerte es probable, pero todavía no es real. Y en caso de serlo, es angustiante no tener los restos consigo.
Y cuando la identificación depende de que un familiar viaje miles de kilómetros, algo que para muchos es impensable por razones económicas, esa espera se vuelve inhumana.
En Cuba, el laberinto es aún más complejo. Aunque la salida no está prohibida, la entrada sí puede ser restringida, especialmente para quienes han tenido diferencias políticas o no cuentan con los permisos adecuados.
Para personas como la señora Saili, la idea de abandonar la isla no solo implica reunir recursos que no tiene, sino también la posibilidad de no poder volver a su hogar.
En la llamada telefónica que esta servidora sostuvo con Saili, enfatizó que está recolectando dinero a través de grupos de amigos de Elianis en Cuba, que en sus palabras era muy querida, para tratar de llegar a México a reconocer físicamente el cuerpo de su hija.
Asistió al consulado en La Habana y ahí logró conseguir un número telefónico de la Fiscalía en Puebla, al cual llamó para identificarse y solicitó una videollamada para ver los tatuajes de su hija y de esa manera corroborar, sin embargo, no le fue concedida la petición, ni tampoco los trámites para que alguien más pueda reconocer el cuerpo en su ausencia y lo peor es que ya ni las llamadas le toman.
Posterior a eso, Saili asegura que otro grupo de amigos de Elianis en Puebla, acudió a la Fiscalía para tratar de obtener información sobre su reconocimiento y en dado caso repatriación, y también les fue negada por no ser familiares directos, por lo que ahora se encuentra tramitando su visa para salir de Cuba sin contratiempos, algo que se torna muy complicado.
La burocracia de un país, combinada con la precariedad económica de otro, termina quebrando a familias que ya están rotas por la violencia y la desigualdad.
Tendría que ser una obligación moral y legal facilitar procesos extraordinarios cuando se trata de víctimas de homicidio. La cooperación internacional, la asistencia consular y la comunicación directa con las familias deberían ser automáticas en tragedias como la del Lacoss. Pero no lo son.
Por eso una madre, desde Cuba, sigue tratando de que alguien le responda el teléfono para saber si la joven que murió tan lejos es, en efecto, su hija, pero sobre todo, la certeza de que pronto tendrá sus restos con ella.
En un país donde la violencia es cotidiana, la dignidad no puede depender del pasaporte, del estatus migratorio ni del dinero en la bolsa. La identificación de un cuerpo es el último acto de humanidad que un país puede ofrecer a una víctima y a su familia. Negarlo por omisión, burocracia o desinterés es una segunda forma de violencia y es tan cruel como la primera.




