La marcha que el pasado fin de semana se presentó como un “levantamiento de la Generación Z” en la Ciudad de México terminó siendo todo menos eso. Lo que pudo ser un ejercicio auténtico de participación juvenil se convirtió rápidamente en un acto manipulado por personajes de la oposición tradicional, muchos de ellos viejos operadores políticos que han encontrado en el enojo y la confusión de algunos sectores un vehículo para revivir su derrota electoral permanente. A eso se sumó un preocupante despliegue de violencia: agresiones, destrucción de mobiliario urbano y un tono de confrontación que contradice el supuesto espíritu democrático que sus promotores intentan vender.
Desde el extranjero –y especialmente desde Nueva York, donde la presidenta Claudia Sheinbaum goza de amplio respaldo entre la comunidad migrante– el espectáculo se interpretó de otra manera. Aquí, donde viven y trabajan millones de personas expulsadas por las mismas políticas neoliberales que esos partidos promovieron durante décadas, la “marcha juvenil” se percibió como una puesta en escena más que como un movimiento auténtico. Resultó imposible no notar la mano visible de los mismos grupos políticos que, en su momento, gobernaron México recortando programas sociales, precarizando el trabajo, desmantelando instituciones y empujando a millones a migrar como única alternativa para sobrevivir.
Por eso, a la distancia, el discurso moralista de la oposición –presentándose como defensora de libertades, instituciones y juventud– suena hueco. Y más aún cuando quienes lideraron o financiaron la marcha son los mismos que ignoraron, despreciaron o criminalizaron a los migrantes mexicanos durante años. La comunidad migrante no olvida: fueron ellos quienes cerraron oportunidades, abandonaron regiones enteras del país y permitieron que la violencia creciera hasta obligar a familias completas a cruzar fronteras.
El discurso de la Gen Z tampoco correspondió con lo que realmente ocurrió. La presencia de operadores políticos, influencers financiados, grupos organizados para provocar choques con la policía y narrativas calcadas de campañas electorales derrotadas diluyó cualquier autenticidad generacional. Hubo jóvenes, sí, pero no una agenda juvenil. Hubo consignas, pero no propuestas. Hubo indignación, pero también manipulación abierta.
Mientras tanto, la comunidad migrante en Estados Unidos observa con claridad: la oposición mexicana puede ondear muchas banderas, pero no tiene una sola causa sincera. No representa a los jóvenes, no representa a los trabajadores, y mucho menos a quienes tuvieron que dejar México por las consecuencias directas de sus gobiernos.
La marcha que pudo ser un espacio legítimo para denunciar problemas reales como la inseguridad y la corrupción terminó convertida en un intento desesperado de reposicionamiento político. Y aunque desde ciertos sectores mediáticos se insiste en llamarla un movimiento generacional, desde fuera del país la realidad es evidente: fue una protesta secuestrada por quienes perdieron credibilidad hace décadas.
México necesita una oposición seria, con memoria, con propuestas y con liderazgo. Lo que vimos este fin de semana fue lo contrario: ruido, simulación y viejos vicios disfrazados de juventud0. Y a eso se le ven las costuras… incluso desde acá.




