¿Alguna vez has imaginado cambiar el rumbo de algo, poder inmortalizar tu nombre en la historia? Parece algo imposible, pero realmente no lo es. Cuando pensamos que las cosas que hacemos de manera rutinaria son las adecuadas para alcanzar un objetivo, parece que innovar no está en el orden del día. Posiblemente, esto se deba al miedo al fracaso o a la falta de tenacidad en nuestro campo. Pero la historia de Dick Fosbury es prueba de que a veces un cambio de perspectiva puede transformar el rumbo de una disciplina y, en su caso, del deporte mundial.
El pasado sábado 6 de marzo, recordamos el nacimiento de Richard Douglas Fosbury. Podría casi asegurar que el nombre de Fosbury, para la gran mayoría de las personas, no es conocido, a pesar de ser campeón olímpico. Sin embargo, lo que realizó este atleta estadounidense provocó un cambio radical en la historia de los Juegos Olímpicos, en un evento que marcó la primera vez en que el salto de altura cambiaría para siempre.
El contexto de ese cambio se dio en un escenario histórico: los Juegos Olímpicos México 1968, un evento que fue mucho más que una simple competencia deportiva, fue el reflejo de un mundo en plena transformación. Enriqueta Basilio hizo historia al ser la primera mujer en encender un pebetero olímpico, mientras que esos Juegos también marcaron el debut de la transmisión a color y vía satélite. Además, fue la primera vez que las dos Alemanias compitieron por separado, convirtiéndose en un evento trascendental que, por primera vez, se celebraba en Latinoamérica.
En ese marco, el 19 de octubre de 1968, en el majestuoso estadio Olímpico Universitario, Dick Fosbury cambió para siempre la historia del salto de altura. Con solo 21 años y un físico relativamente delgado en comparación con los gigantes de la época, como el soviético Valeri Brúmel, quien ostentaba el récord mundial desde 1963, Fosbury no solamente logró vencer la gravedad, sino que estableció un récord olímpico con 2.24 metros y se colgó la medalla de oro.
Lo que hizo Fosbury no fue solo un salto, sino una reinvención total de la técnica. Hasta ese momento, los saltadores corrían en línea recta hacia el listón o barra y lo sobrepasaban de frente o de costado. Fosbury, en cambio, saltó de espaldas al listón, utilizando una trayectoria curva para acercarse a él. Gracias a sus conocimientos en ingeniería adquiridos en la Universidad de Oregon, aplicó principios de mecánica y descubrió que al arquear su espalda, el centro de gravedad podía quedar por debajo de la barra, incluso cuando su cuerpo ya la había superado. Esta técnica revolucionó el salto de altura, permitiendo a los atletas superar mayores alturas de manera más eficiente.
Hoy en día, las y los saltadores de altura de élite emplean el “Fosbury Flop” (Salto Fosbury), y su mayor eficacia está completamente demostrada. En 1984, Fosbury reflexionó sobre su legado y expresó: “la popularidad actual de mi estilo es un premio maravilloso a lo que tuve que aguantar al principio con un estilo que no gustaba a nadie”. Esta frase resume perfectamente la historia de un hombre que no solo cambió el deporte, sino que también desafió las normas y convenció al mundo de que la innovación, a veces, es la clave para marcar la diferencia.
Desde las Gradas de la Historia, recordamos que el legado de Dick Fosbury va más allá de una medalla olímpica: se trata de su capacidad para transformar lo imposible en posible, al ver lo que otros no alcanzaban a percibir. Su innovación continuará inspirándonos a desafiar los límites de lo establecido.
Facebook: Othón Ordaz Gutiérrez
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