La llegada de Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York abre un capítulo que promete sacudir la estructura legal, política y moral de una ciudad marcada por desigualdades profundas y por una crisis migratoria que ni puede ni debe abordarse desde el miedo. Que un demócrata socialista, hijo de inmigrantes, ocupe el cargo más poderoso de la ciudad no es solo un cambio de liderazgo, sino también una oportunidad.
Para los migrantes –documentados o no– no se trata únicamente de quién ocupa la oficina en Gracie Mansion, sino de qué principios guiarán el ejercicio del poder. Mamdani ha sido claro al afirmar que la ciudad debe asumir la responsabilidad de proteger, no castigar. Este planteamiento contrasta con la retórica de administraciones que, ante presiones federales, han tratado de flexibilizar leyes santuario o dar cabida a una presencia ampliada de ICE, como ocurrió cuando Eric Adams fue descubierto en su escándalo de corrupción y prefirió entregar a los migrantes a cambio de protección. Por eso es en este espacio donde la expectativa es tan alta como la urgencia.
La aplicación estricta –no simbólica– de las leyes santuario será una de las pruebas centrales del nuevo alcalde de NY. Activistas como Zach Ahmad lo han dicho claramente. El próximo alcalde tiene la oportunidad de demostrar que las leyes se cumplen, no solo se declaran. En un clima nacional hostil, con amenazas federales y detenciones ya en niveles alarmantes, Nueva York debe resistir desde la legalidad. Y Mamdani, con un gabinete alineado a valores laborales y de derechos civiles, es probablemente el dirigente mejor posicionado para hacerlo.
Su administración también tendrá un impacto directo en la corte de Nueva York. Con cientos de nombramientos judiciales bajo su control, Mamdani podrá modelar un sistema más sensible a la realidad migrante. Jueces con mayor comprensión de derechos humanos, de violencia estructural y de trauma migratorio podrían transformar no solo fallos individuales sino la cultura legal de la ciudad.
Mientras tanto, para los defensores públicos –los primeros en recibir el golpe humano de la crisis– la victoria de Mamdani significa esperanza. Su promesa de cerrar Rikers y de crear el Departamento de Seguridad Comunitaria no solo reformula la justicia penal: redefine el uso del poder coercitivo. La apuesta por enviar trabajadores de salud mental a llamadas al 911 es, en el fondo, un reconocimiento de que el castigo sistemático de comunidades vulnerables no resuelve nada; solo perpetúa el trauma.
Pero no hay que confundir esperanza con soluciones inmediatas. El reto migrante supera a cualquier alcalde. Las detenciones seguirán, los tribunales federales continuarán marcando el ritmo, y las amenazas desde Washington no desaparecerán. Lo que sí puede cambiar –y esto importa– es la manera en que Nueva York enfrenta esa realidad: con dignidad, con protección legal, con inversión en defensores públicos y con un sistema judicial menos indiferente.
Mamdani representa un viraje ético. Para los migrantes, significa la posibilidad de una ciudad que no ceda ante el miedo; para la corte, la oportunidad de actuar por justicia y no por inercia. Y para Nueva York, la invitación a imaginar un futuro donde la seguridad no dependa de la represión, sino del respeto a la dignidad humana.
Desde la Gran Manzana
Circula en redes un “chacaleo” en el que el alcalde electo de NY, Zohran Mamdani, reconoce el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum y afirma que debería haber más mujeres como ella en la política. En congruencia con sus palabras, Mamdani recién anunció que su equipo de transición estará integrado por mujeres…
Pareciera que en México hay más mexicanos que se alegran con que al país le vaya mal y que buscan vehemente la intervención desde el extranjero… que en el mismo Estados Unidos…




