Diciembre llega con olor a ponche, maletas a medio cerrar y la eterna pregunta de cada temporada: ¿cómo viajo sin convertirme en un turista apurado que va por el mundo como si le estuvieran cobrando por respirar? Vale la pena recordar que un buen viaje no empieza en el aeropuerto, sino en la forma en que decidimos mirar, movernos y consumir. Viajar puede ser una fiesta, sí, pero también un acto de responsabilidad. Y si vamos a celebrar, que sea con estilo y conciencia. Así que aquí te dejo algunos tips que humildemente he ido aprendiendo a lo largo de estos cinco años de ir y venir, de no quedarme quieta, de enamorarme de México y de unas desveladotas que pa que te cuento, pero que han valido totalmente la pena.
Primero lo primero: duerman donde su dinero se quede, no donde se pierda. Los hoteles boutique, posadas, cabañas y glampings no solo tienen más encanto que un lobby gigantesco lleno de alfombras y figuras decorativas rimbombantes; también hacen que la derrama económica se quede hasta seis veces más en la comunidad. Cada noche en un hospedaje local es un voto a favor de la economía del destino… y un golpe suave pero efectivo contra el turismo de recortes y cadenas impersonales. ¿Sabías que cada noche que eliges un hospedaje local, el dinero se queda hasta seis veces más en la comunidad que en cadenas grandes?
Luego está el gran mal del turismo moderno: viajar con prisa. Quienes coleccionan monumentos como si fueran estampitas raras acaban recordando fotos, no experiencias. Por eso existe el “slow travel”, que no es otra cosa que viajar con pausa, con tiempo para observar la vida de los habitantes, la cultura a través de sus costumbres y la gastronomía local, aquellos rincones naturales que no aparecen en redes sociales, pero valen la pena. Además, entre más días te quedas en un lugar, más barato se vuelve el hospedaje y más caro se vuelve el recuerdo –pero en el mejor sentido posible.
Y si de recuerdos hablamos, sigan esta máxima: no sigas al influencer, sigue al aroma. Los restaurantes más caros y genéricos suelen estar en el primer kilómetro alrededor del hotel más famoso del destino. Camina más allá del perímetro turístico y encontrarás mercados con humo de comal, jugos recién exprimidos y precios que no te hacen sentir que acabas de pagar la renta del mes. Comer bien es, también, un acto de continua exploración.
La maleta, ese enemigo íntimo. Basta de cargar media casa: siete prendas bien elegidas hacen milagros. Dos pantalones, tres camisetas neutras y combinables, un suéter o abrigo según el clima y un par de zapatos cómodos y casuales que no te traicionen (o dos, ya exagerando). Viajar sin peso es viajar sin excusas.
También aplica “el día sin plan”, una técnica ancestral (o eso quiero creer) que consiste en caminar sin ruta, dejar que la ciudad haga el trabajo y sorprenderse sin algoritmo. No pagues más de dos tours por adelantado; deja un espacio al caos bonito. Así se encuentran los mejores mercados artesanales… y se evitan souvenirs importados que juran ser “hechos a mano” por artesanos que jamás han pisado México.
Por último: madrugar salva viajes. Ver un mercado al amanecer es entender el pulso real de un destino. Es el turismo sin filtros, sin filas y con café recién hecho.
Viajar bien no es correr: es mirar, probar, escuchar y dejarse sorprender.
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