Cuando caminamos por las calles de Cholula, ¿somos realmente conscientes de lo que pisamos?, ¿nos detenemos a pensar en las capas de historia que yacen bajo nuestros pies? Cholula no es solo una ciudad pintoresca o un destino turístico. Es una ciudad sagrada, una capital política y religiosa que ha sido testigo de ciclos de esplendor y conquista, de auge y destrucción. ¿Qué nos dice esa historia sobre quiénes somos hoy?
El historiador Enrique Florescano, en Quetzalcóatl y los ritos fundadores de Mesoamérica (Penguin), nos recuerda que Cholula –antigua Cholollan– fue una de las capitales más significativas de Mesoamérica. Según datos arqueológicos, Cholula comenzó a desarrollarse en el periodo Formativo y hacia el año 200 a. C. ya se estaba edificando la Gran Pirámide, símbolo de la ciudad. Durante esos años, Cholula fue el centro político del Valle de Puebla, aunque bajo la influencia de Teotihuacán, la gran metrópoli de la época Clásica.
La Gran Pirámide fue construida sobre un manantial, siguiendo los modelos arquitectónicos y simbólicos de Teotihuacán, con el característico estilo de talud y tablero. Su escala monumental reflejaba el poder y la influencia que ejercía la ciudad en la región. Entre la caída de Teotihuacán (550-650 d. C.) y el colapso del mundo Clásico (900 d. C.), Cholula se consolidó como una capital regional con vínculos comerciales y culturales que abarcaban la costa del Golfo, la Mixteca oaxaqueña y el Valle de Tlaxcala.
Pero nada dura para siempre. La estabilidad de Cholula fue rota por los conflictos políticos en la capital tolteca, Tula. Hacia el año 1200 d. C., los toltecas invadieron la región, destruyeron los símbolos de poder de la Gran Pirámide y construyeron en su lugar un templo dedicado a Ehecatl-Quetzalcóatl, dios del viento y protector de los comerciantes. Entre 1200 y 1520, Cholula vivió otro periodo de esplendor, vinculado con la influencia de Tula y Chichén Itzá, centros gobernados por líderes que adoptaron el nombre de Kukulkán o Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl.
Sin embargo, a principios del siglo XVI, todo cambió de nuevo. La llegada de Hernán Cortés marcó el inicio de la conquista y la evangelización de la región cholulteca y de toda la Nueva España. La Cholula que conocemos hoy es una mezcla compleja de esas raíces prehispánicas y la huella colonial.
¿Por qué debería importarnos hoy esta historia?
Porque la historia de Cholula es la historia de las ciudades: ciclos de auge y caída, de poder y sumisión, de transformación constante. Comprender cómo Cholula fue centro de poder, comercio y religión nos ayuda a entender la identidad de la ciudad que habitamos. Hoy, en un mundo que cambia rápidamente, Cholula nos enseña que las ciudades no solo son edificios o monumentos, son el reflejo de las fuerzas políticas, sociales y culturales que las moldean.
Así que la próxima vez que camines por Cholula, pregúntate: ¿qué historia está enterrada bajo tus pies?, ¿qué símbolos de poder permanecen ocultos en las paredes de sus templos y calles?, y, sobre todo, ¿qué papel juega Cholula hoy en la historia que estamos construyendo?