En esta columna, orientada fundamentalmente a temas urbanos, hemos dejado constancia de nuestra admiración por las innumerables bellezas y ventajas de la localidad donde hoy habitamos: la bella Cholula, hoy de Rivadavia. Quizá ello encierra alguna injusticia para con otras bellas localidades de la región. Por ello queremos referirnos en esta ocasión a otra localidad vecina: Calpan o, más propiamente, San Andrés Calpan; ubicada al noroeste de la capital de la metrópoli poblana, en dirección a la bella localidad de Huejotzingo, que, como Calpan, también cuenta con una importante e interesante historia que data de los tiempos pre-coloniales.
Invitados hace unos días por unos queridos amigos a visitar la bella comunidad de Calpan, famosa no solo por su magnífico convento del siglo XVI, (uno de los primeros construidos por los frailes franciscanos que acompañaron a los conquistadores, inmueble hoy extraordinariamente bien conservado.) Nuestra visita tenía un fin gastronómico: gozar de las delicias de la Feria del Chile en Nogada que anualmente organizan la comunidad y las autoridades de la población. En esta visita llamó mi atención la particular y extraordinaria organización comunitaria local, organización que se refleja en la referida Feria que por razones gastronómicas atrae a miles de visitantes a la localidad. Ello seguramente significa un ingreso municipal importante y envidiable.
La feria nos permitió conocer otros valores locales. El respeto de los habitantes por las tradiciones populares que bien se manifiesta en los cantos y bailes de la Feria. Hasta donde he podido conocer hoy el territorio estatal me parece que las virtudes manifiestas de Calpan, no sólo las gastronómicas sino también las organizativas y empresariales, podrían y deberían exportarse a muchos otros municipios y localidades poblanas. No es mi intención demeritar los esfuerzos de otras muchas localidades del Estado, pero el amor por lo propio, por lo local, la autoestima local no parece ser muy abundante en muchos otros sectores sociales donde parece admirarse lo foráneo, donde los fraccionamientos residenciales se anuncian como housing towns. Ello podría no parecer extraño en un territorio que dio asiento al primer pueblo de españoles a principios del siglo XVI y donde hoy algunas clases sociales del sector urbano hacen evidente su admiración por los extranjerismos, fundamentalmente de origen anglosajón.
Por contraste, he querido subrayar que Calpan es un ejemplo de la autoestima del pueblo en sus tradiciones, bailes y canciones, amén de que en lo gastronómico su autoestima está más viva que nunca y da pie a una actividad comercial que alcanza a la población de todo el centro del país que periódicamente ocurre a esta localidad a satisfacer sus debilidades o gustos gastronómicos. Ojalá otras localidades sigan el ejemplo de Calpan y que sus virtudes las conviertan en un buen negocio que atraiga recursos a la localidad.
Ha sido tan importante e impactante mi visita a Calpan que en esta nota he casi olvidado referirme a la maravilla arquitectónica del exconvento franciscano de San Andrés Calpan que se conoce como El exconvento de San Francisco de Asís de Calpan, construido en 1548 bajo la dirección de fray Juan de Alameda. La importancia de este conjunto radica principalmente en la fachada del templo, que sumada a las cuatro capillas posas, constituyen uno de los conjuntos más notables del siglo XVI en México. Estas capillas, que fueron construidas cerca de 1555, muestran relieves tallados en piedra de escenas teológicas. Es considerada una joya de la arquitectura del virreinato. El convento se encuentra reconstruido parcialmente y de él se aprecia el portal de peregrinos, la capilla abierta y el claustro de dos niveles.
Como datos generales señalamos que a la llegada de la orden franciscana en el siglo XVI, los locales dirigidos por los frailes construyeron el convento con materiales y métodos ancestrales. Cuenta con una cruz atrial que denota el arte tequitqui, símbolos franciscanos, muro almenado y una fachada propia de la arquitectura plateresca. El interior es una sola nave, con pinturas religiosas, junto a la capilla se localiza lo que fue el convento. Desde 1994 es considerado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
Como arquitecto es un delicia la fachada del templo que es de estilo plateresco, compuesta de dos cuerpos. En el primero, el acceso muestra arco de medio punto sobre jambas tableadas, enmarcado por columnas candelabro y en las enjutas dos grandes ángeles sostienen una cartela con relieves que representan las cinco llagas de Jesucristo, símbolo de la orden franciscana. En el segundo cuerpo, se encuentra la ventana coral, enmarcada por el inconfundible cordón franciscano y coronada por una gran venera de especial manufactura, que a la vez remata la fachada. En el espacio inferior de la ventana destaca un bello relieve que representa la imagen de San Andrés. Sobresalen también los remates de las columnas, los cuales adquieren la forma del quiote de maguey.
Las capillas posas han sido consideradas por los expertos, como las más importantes de América Latina, y las tenemos, aquí tan cerca. Lo sobresaliente de ellas, es la calidad del trabajo logrado por los nativos con la piedra de cantera. La calidad del tallado se considera de una calidad exquisita. Estos mismos indígenas nativos de Calpan, fueron después llevados a Puebla de Zaragoza, para trabajar con el tallado de la piedra, en la que iba a ser la Catedral de Puebla.
Calpan no solo es un tesoro arquitectónico e histórico, sino también un ejemplo vivo de cómo una comunidad puede preservar su identidad y tradiciones mientras se adapta a las demandas del mundo moderno. La Feria del Chile en Nogada y la conservación del exconvento franciscano son manifestaciones tangibles de una autoestima social robusta que no sucumbe ante las presiones de la globalización. Este equilibrio entre lo tradicional y lo contemporáneo podría ser un modelo a seguir para otras comunidades que buscan mantener su esencia cultural mientras prosperan económicamente. Calpan nos demuestra que el orgullo por lo propio no está reñido con el progreso, sino que puede ser el motor que lo impulsa.