El pasado 17 de enero se cumplieron diecisiete años del fallecimiento de uno de los más grandes ajedrecistas de Occidente: el enigmático Bobby Fischer. Su vida estuvo marcada por altibajos profundos, difíciles de entender; para ello, es imprescindible contar su historia en tres partes.
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El origen del genio
Robert James Fischer nació en la ciudad de Chicago en 1943, aunque su carrera ajedrecista empezó a los seis años en Nueva York. Como suele suceder en la vida de los grandes deportistas, su historia inició con el regalo de un tablero de ajedrez por parte de su madre. Ese simple, pero profundo detalle pronto se volvería una pasión que llegaría a tintes de obsesión. El pequeño Robert amaba tanto el ajedrez que, en la escuela, su tablero era confiscado con regularidad, cuando su maestra lo sorprendía jugando debajo del pupitre. Lo anterior no impedía que Robert siguiera practicando sus jugadas, porque utilizaba su mente como su tablero por excelencia.
En 1956, con tan solo 13 años, Fischer se enfrentó en una partida al experimentado Donald Byrne, campeón del Abierto de Ajedrez de EE. UU. Catalogada por los especialistas como la partida del siglo, el joven Fischer con la ejecución de grandes combinaciones y jugadas en el tablero, saldría victorioso, lo que lo consagraría como el prodigio del ajedrez de Estados Unidos.
Fischer no solo se destacó por su genialidad en el juego, sino por el contexto político-social que le tocó vivir. En plena Guerra Fría, el ajedrez se convirtió también en un campo de batalla simbólico entre el capitalismo y el comunismo. La Unión Soviética, que había dominado el juego desde 1948, vio terminada su hegemonía en la ciudad Reikiavik, Islandia, cuando Fischer derrotó al campeón defensor Boris Spassky, logrando el campeonato mundial en 1972.
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La huída del mundo
Parece incomprensible que, después de obtener el título mundial a los 29 años, Fischer se negara a jugar una partida oficial más. ¿Por qué lo hizo? La respuesta sigue siendo un misterio, pero la hipótesis más comentada es que estuvo relacionado con el desequilibrio mental que ya mostraba. Fischer exigía condiciones que rozaban lo excesivo: luz perfecta en la sala, ausencia de cámaras, público a una distancia determinada y grandes sumas de dinero.
Bobby Fischer dejó atónito al mundo, cuando decidió no defender su título mundial, lo que le valió perderlo. Asimismo, su huida no fue solamente deportiva, sino que emprendió un éxodo meteórico de los reflectores y sobre todo de la política mundial. Fue visto ocho años después en California por un policía, al ser confundido con un asaltante de banco debido a su aspecto desaliñado.
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El ocaso de Fischer
En 1992, Fischer reapareció en el escenario deportivo, enfrentando de nuevo a Boris Spassky, en un juego que rememoraba la final de 1972. Sin embargo, era demasiado tarde; el mundo había cambiado y la sociedad ya no estaba interesada en un «match» de revancha, que se volvía un juego de recuerdos muy lejanos.
Fischer ganó la partida no oficial, pero el encuentro marcó el inicio del ocaso de su carrera. El juego se desarrolló en la República Federal de Yugoslavia, un país que en ese momento se encontraba bajo sanciones estadounidenses. Lo anterior condujo a una orden de búsqueda contra Fischer, por romper el bloque internacional con su participación en dicha competición.
En 2004, Fischer fue detenido en Tokio por utilizar un pasaporte falso. Para evitar su deportación a su país, solicitó la nacionalidad islandesa, lugar donde vivió hasta su muerte en 2008 a la edad de 64 años.
Desde las Gradas de la Historia, recordamos el legado de Bobby Fischer, un hombre que, a través de su genio y su compleja trayectoria, nos enseñó que, incluso en los momentos de oscuridad, la pasión por lo que hacemos puede iluminar el camino.
Facebook: Othón Ordaz Gutiérrez
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