Las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, a realizarse el 5 de noviembre de 2024, nos dan un claro ejemplo del poder que tiene una estrategia bien pensada y bien ejecutada. Si usted piensa en los dos contendientes Joe Biden y Donald Trump; casi inmediatamente podría asegurar que lo que le viene a la mente es lo senil de Biden. Y eso que usted y yo no vivimos en los Estados Unidos de Norteamérica, por lo tanto, en nuestras redes sociales es muy poco probable que aparezcan noticias o spots de campañas de ambos candidatos.
Lo que sí es un hecho es que desde la pasada elección, hace cuatro años en nuestro país vecino del norte, cuando Biden derrotó a Trump, nos tocó, ya sea “por rebote” o en nuestras redes sociales, la mofa de un Biden cansado, senil, desorbitado. A través de videos con una campaña negra bien orquestada, se generó la idea de que el presidente del país más poderoso (ya tengo mis dudas) del mundo era un hombre sin fuerza para gobernarlo.
Tal es la fuerza que tomó esta campaña que dejó germinada ya la semilla de la estrategia, bien realizada por cierto, de los negativos de su deterioro de salud en Biden. En un símil en nuestro país, podríamos recordar la campaña que se realizó en redes sociales, y en sitios como YouTube particularmente (estamos hablando de hace más de diez años), de videos “graciosos” de las “tonterías” de nuestro ex presidente de la República, Enrique Peña Nieto.
La estrategia estuvo tan bien ejecutada que para siempre se le quedó el mote de “tonto” con videos tales como: “Al Presidente se le cae el pastel”, el famoso “Falta un minuto, no… menos, como 5”, “Tartamudear o leer mal un discurso”. Nada de eso cuantificaba su IQ o su capacidad para gobernar, pero fue tan bien ideada la campaña, que casi todo el país pensó que teníamos a un “tonto” como presidente. Ese es el poder de sembrar una idea en el imaginario colectivo.
Comienzan como videos chuscos que suelen dar risa a quien los mira, evidentemente para llamar la atención y que lo vean, reproduzcan varias veces y compartan con su círculo; justo ahí se siembra la semilla para que posteriormente germine con una percepción negativa imborrable en el imaginario colectivo. Eso sucede también con Biden, si tropezó, si no supo si salir por la derecha o izquierda en un evento, son sucesos que no comprueban si el presidente de Estados Unidos tiene demencia senil, por ejemplo, o un deterioro grave de sus condiciones cognitivas y físicas.
No frenar a tiempo este tipo de estrategias, deriva en mediano y largo plazo una crisis de la imagen pública del sujeto en cuestión. Soberbia o falta de conocimiento es no frenar campañas como estas en las que el resultado no es inmediato; pues no se busca crear un escándalo mediático sino una crisis irreparable. Si no se avizora una crisis con análisis de escenarios en prospectiva entonces los resultados son irreparables.
Y tenemos ejemplos como el de Enrique Peña Nieto que había arrasado en las elecciones del 2012, recuperando la presidencia para su partido político, el Revolucionario Institucional (PRI), y perdiéndola de una forma denigrante en el 2018. Y ahí tenemos a un Biden con una crisis no solo de imagen pública sino política, pues al interior de su partido hay voces de demócratas pidiendo que renuncie a la candidatura (lo cual sería aún más catastrófico), es poco probable que lo haga, pero los números en las encuestas están muy cerrados con su contrincante Trump (que es muy probable que se haga del triunfo nuevamente).
Con temor a equivocarme, lo que hizo Biden para “contrarrestar” la campaña negra en su contra fue un video corriendo por la Casa Blanca; tiene a los mejores estrategas, ¿no hubo alguien con mayor cerebro para idear una estrategia inteligente? Parece que no. Y, sin temor a equivocarme, siempre es posible frenar una crisis política o de imagen pública. ¿Cómo?, previniendo con escenarios en prospectiva. De Peña Nieto ya sabemos qué fue; de Biden, en noviembre sabremos qué será.