Cada vez es más frecuente escuchar a gente decir que tiene dificultades para poder encontrar una pareja. Me parece que hay algo sintomático en esto, pues al parecer se ha generalizado cierta apatía frente a la dificultad que conlleva dar lugar a la diferencia del otro, y la implicación que existe en sostener una relación entre dos personas.
Cuando de dos se trata no existe la sencillez, ya que toda relación implica dar lugar a la otredad del otro, esa diferencia absoluta. Estar en una relación es atravesar las dificultades que conlleva y no pensar que estamos tan seguros de nosotros mismos, o que llegará alguien con una estabilidad tal que nos brinde un bienestar completo. Esto es un mero ideal, ya que cuando de amor se trata nos afectamos por el otro y su historia, descolocándonos, puede surgir el miedo a perder a ese alguien en quien depositamos nuestro amor. El bienestar que tanto se anhela implica enfrentarnos a la dificultad de la diferencia, por lo que a menudo pareciera que estar solos es mejor que involucrarse con otro, pues lo que buscamos es el amor propio. Pero ¿qué es el amor propio?
Si pensamos que la palabra propio viene del latín propirus que significa “lo que pertenece a uno”, “lo que es de uno mismo y no de otro”, y que amor deriva a su vez del latín amor, amoris que significa literalmente “afecto, deseo o inclinación hacia alguien”, parece entonces que en este famosísimo “amor propio” se juega una contradicción. Por un lado, existen discursos muy instaurados en la sociedad que nos dicen que nos amemos primero para poder amar a alguien más, pero en este ideal del amor propio lo que se está produciendo es un ensimismamiento: si me amo primero llegaré supuestamente a una meta alcanzada, realizada, para así poder amar a alguien más que al mismo tiempo me ame. Pero bajo esta lógica de plenitud, de meta alcanzada, ¿cómo poder amar?
Lacan decía que “amar es dar lo que no se tiene”. Si pensamos que lo que se busca en el amor propio es ser plenos para así poder darle algo al otro, entonces estamos apelando a una lógica capitalista en la que siempre se busca dar y ganar dando, mas no perder, y en el amor perderíamos por el otro: perder mi tiempo para así escucharlo, perder mi orgullo para así atravesar alguna dificultad que se presente, perder algo de mi narcisismo. Por eso es justo ahí donde comienzan las dificultades, pues por un lado ese amor se queda propio, valorizándose a sí mismo, en una constante identidad consigo mismo; el otro no tiene lugar en ese “amor propio” en donde solo se da lo que se tiene. Se trata de relaciones mercantilizadas donde se dan cosas materiales buscando asegurar algo. Pero en el amor no hay nada seguro.
Con lo anterior no quiero decir que esté mal dar obsequios materiales a la pareja, sino que lo que se deja de lado con esto es la compañía que el otro me puede brindar, su tiempo, su presencia, su plática, el interés por conocerlo, instaurando ideas aspiracionales en personas que buscan relaciones “estables” que no amenacen su bienestar, un bienestar que las individualiza, que les da el amor propio; estas personas buscan un amor “que les dé y no les quite”.
Y es que el amor no es propio, ya que somos por el otro: hemos sido amados, mirados, deseados, investidos por otro y por otros. Pensar que nos podemos amar a nosotros mismos sin otros es suponer que vinimos solos a este mundo y no necesitamos de nadie más, pero también es no querer jugársela, arriesgar, apostar a lo que el otro me pueda enfrentar; es evitar que el otro nos atraviese, pues una relación implica tiempo, escucha, mucha pero mucha pérdida, y hoy pareciera que no hay posibilidad de perder el tiempo debido a la época acelerada en la que vivimos.
Finalmente, la individualización del amor propio está generando que el otro “no me estorbe” para producir, que el otro no me quite para no descolocarme de mi “bien-estar”, quedándonos inamovibles y ensimismados.
