Una novedad en el mitin de Andrés Manuel López Obrador en Puebla: la presencia de León Manuel Bartlett Álvarez.
¿Cómo no recordar a León Manuel en el sexenio de su padre?
Como su madre —Gloria Álvarez Miaja—, apenas sí visitó Puebla.
Y lo hizo prácticamente en plan de turista.
Doña Gloria, por ejemplo, nunca quiso estar al frente del DIF porque le daba flojera trasladarse al estado gobernado por su esposo.
León Manuel tenía la misma sensación de agotamiento cada vez que ponía un pie en Puebla.
Y más: como a doña Gloria, Puebla también lo ahogaba.
Recuerdo una escena singular en tiempos de Bartlett gobernador.
¿Lugar?
Cinemateca Luis Buñuel en la Casa de la Cultura.
Llegué a ver una película de Truffaut: “Los Cuatrocientos Golpes”.
En la salita apenas estábamos unas diez personas.
De pronto, entre la oscuridad y las palomitas, aparecieron ellos: don Manuel y doña Gloria, y un séquito de guaruras.
No faltó el fanático del silencio que calló con un “schttt” a los intrusos.
Reconocí a doña Gloria de inmediato y, en consecuencia, a su marido.
Se sentaron en la primera fila.
(Yo estaba en la cuarta).
A los tres minutos de estar sentados, el gobernador le dijo algo en voz baja.
Ella le respondió con un movimiento negativo de cabeza y con un muy expresivo “no”.
Yo no veía el clásico de Truffaut: estaba metido en una película más doméstica que pudo haber sido dirigida por Woody Allen.
La cinta continuó.
Un silencio de ala de mosca se apoderó del lugar.
Doña Gloria veía a la pantalla.
Don Manuel veía a doña Gloria.
Yo los miraba a los dos.
El gobernador volvió a decir algo en voz baja.
Ella volvió a negar con la cabeza.
Él insistió.
Subió la voz ligeramente.
“No”, repitió ella.
Bartlett arremetió con la seguridad que da traer una docena de guaruras.
“¡No!”, casi gritó doña Gloria.
Y se puso de pie.
Y caminó hacia la puerta de salida.
El adicto al silencio volvió a convocar a la ausencia de sonidos.
Los guaruras se quedaron desconcertados.
Unos salieron detrás de la Primera Dama.
Otros se quedaron viendo sin palabras a un humillado gobernador.
Miré a Bartlett con doble morbo.
“¿Qué hará?”, me pregunté.
“¿Resistirá en silencio la humillación de haber sido abandonado o saldrá detrás de su mujer?”.
Fiel a su estilo, respiró profundamente, se llevó la mano al mentón, respiró de nuevo y de un salto se puso de pie.
Lentamente, como quien va a la silla eléctrica, caminó hacia la puerta de salida.
Hice lo mismo.
Los guaruras también.
—¿Y la señora? –preguntó como cualquier marido.
—Se fue, señor gobernador —le respondieron.
Aturdido, fuera de sí, abordó una Suburban negra y dejó las calles del Centro Histórico.
Ahora que vi en las fotos a León Manuel Bartlett Álvarez vinieron a mi mente las imágenes de “Los Cuatrocientos Golpes”.
También recordé su paso por el gimnasio de Julio César Chávez, su profesor de box.
Nunca vino a Puebla.
O sí: muy poco.
Casi nunca.
Hoy estuvo de regreso en un mitin de López Obrador.
Su sonrisa irónica lo decía todo.
Y junto a él, su padre, el ex gobernador Bartlett, desandando sus propios pasos.
Igual que en la Cinemateca Luis Buñuel.