Con su típico cinismo mal disimulado, Andrés Manuel López Obrador reapareció el pasado domingo con intenciones muy bien calculadas: nada en la pobre escenificación que encabezó desde su finca “La Chingada”, en Tabasco, fue circunstancial.
Dijo todo lo que no es, para dejar en claro lo que sigue siendo: el jefe máximo y moral de su movimiento, el líder insustituible de México, el poder detrás del trono y el único salvador de la patria.
Es decir, todo lo que quiso negar con palabras, lo afirmó entre líneas.
Con sus gestos, con sus palabras, con el mero –pero significativo– hecho de reaparecer y romper su sabroso año sabático.
AMLO aplicó la muy marinista frase de “es mi voz, pero no es mi voz”.
Esto es, no quiero opacar a la presidenta, pero la opaco por así convenir a los intereses de mi capricho.
Con el pretexto de la presentación de su libro “Grandeza”, lo menos importante tratándose de un bodrio garantizado con destino al basurero, el tabasqueño lanzó un contundente mensaje político.
“No se preocupen, si a Claudia Sheinbaum se le sigue saliendo México de las manos, aquí estoy yo para resolver el cagadero”.
Fue una humillación en toda regla para quien sigue siendo la sombra de un caudillo que jura, rodeado de pavorreales de vistoso plumaje, no ser caudillo.
El eje del mensaje de López Obrador está en los tres supuestos, que él mismo delineó, para volver a salir a las calles a retomar su actividad política –aunque política, desde que dejó Palacio Nacional, nunca ha dejado de hacer.
La primera, la defensa de la democracia ante la posibilidad de un fraude electoral de la derecha.
(AMLO acabó de ayudar al PRI y al PAN a destruir la democracia, y la derecha no es sino un fantasma).
La segunda, la defensa de la presidenta Claudia Sheinbaum, ante acosos o un posible “golpe de Estado”.
(El peor acoso que sufre Sheinbaum es el de los operadores y familiares de López Obrador que, incrustados en posiciones estratégicas, toman las decisiones importantes del país; si habrá golpe de Estado, como afirma, este será operado desde adentro, desde “La Chingada”, desde Morena, desde la 4T, que para eso se inventó aquello de la revocación de mandato).
Y la tercera, la defensa de la soberanía ante amagos que vengan del exterior.
(Amagos tan preocupantes para AMLO como lo que observa de Estados Unidos-Trump hacia Venezuela-Maduro: ese es el espejo en el que se ve y el reflejo que verdaderamente le preocupa).
En sentido contrario a lo que siempre ha dicho, López Obrador cree que el pueblo es tonto y que el pueblo, tonto que es, no entiende ni ve ni intuye ni traduce sus graznidos.
Para él nada es casual: ni el día (el aniversario de su ascenso al poder), ni el lugar (el epicentro real del poder) ni la escenografía (una finca que ya quisiera el más humilde de los campesinos de este país) escogidos para el calculado montaje del retorno del patriarca.
Hasta el peinado y el vestuario fueron fríamente calculados.
“Soy, señores, señoras, señoritas, niñas, niños y amoroso público que nos acompaña, el Salvatore de la Nación”.
El poder encarnado.
El Padre de México.
El Gran Caudillo.
El Jefe Máximo.
La Sombra del Caudillo.
El que se fue, pero nunca se ha ido.
El que no está pero sí está y estará aquí, para cuando y para lo que se ofrezca.
No soy, pero sí soy.
“Es mi voz, pero no es mi voz”.
¿A qué se refiere AMLO cuando pide “más apoyo” para la presidenta, la que él eligió, la que el impulsó?
¿La ve débil?
¿La observa en graves problemas?
¿Siente que a la primera presidenta en la historia de México se le está saliendo el país de control?
¿Ese mismo país que él, por cierto, le dejó caótico, devastado, polarizado, colgado de alfileres?
AMLO dijo que no es indispensable y que no quiere hacer sombra a la presidenta.
Pero con el simple –pero significativo– hecho de reaparecer, hizo lo que dice no querer hacer.
Lo del domingo no fue sino un manotazo en la mesa.
Un abierto, obvio, contundente y calculado acto de poder.
Un último graznido de pavorreal.
Que nadie se engañe.
Incluso, el anunciar que no hará gira nacional para presentar su “libro”, porque “no quiere hacer sombra” a la presidenta, es un gesto de profundo desprecio hacia su sucesora.
“No recorro el país porque no quiero evidenciar quién es el verdadero caudillo de la 4T; luego entonces, como soy magnánimo, te ahorro ese trago amargo”.
Prepotente, soberbio, misógino, cínico y profundamente enamorado –como desde el primer día– del poder.
Ese que atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos.
No por nada, el mitin-acarreo de este fin de semana en el zócalo de la Ciudad de México, para festejar quién sabe qué –porque muy poco hay qué festejar en México–, pero pensando y planeado básicamente para mandar un mensaje de fortaleza, es totalmente lo contrario:
Una lamentable muestra de debilidad y de que Claudia Sheinbaum y su gobierno no pasan por su mejor momento, y que AMLO no solo lo sabe, sino que tan lo sabe, que entiende que tiene que salir a su rescate –en realidad: el rescate de sí mismo.
Dicho mitin, incluso, resulta inoportuno, y más, mucho más, tras la multifacética puesta en escena obradorista.
Como dice el clásico: dime de qué presumes y te diré de qué careces.




