Cada fin de semana un grupo de automovilistas irresponsables usan la Vía Atlixcáyotl como pista de arrancones. No solo esta vialidad, otros corren en Las Torres, algunos han usado también el Periférico. Pero, es la primera la más usada.
Administración tras administración ha tratado de disuadir estas prácticas ilegales y siempre encuentran la forma de evitarlo.
Colocan cámaras fotomultadoras, los corredores retiran sus placas.
Instalan operativos y en cuanto se quitan arrancan, a lo más cancelan ese día.
Usan estacionamientos privados como guaridas, presumen sus autos de alta gama (o no) y acuerdan carreras con premios acordados en efectivo y sin ellos, nada más por lucirse.
Las tragedias que estos eventos han provocado son muchas y comunes. Este fin de semana sucedió una más.
Un Subaru, un Porsche y un Lamborghini se enrolaron en la carrera por la Atlixcáyotl la noche del viernes 21 de noviembre.
El Subaru azul se estrelló con un poste azul y el conductor murió al instante. Lo acompañaban dos más, el otro falleció camino al hospital y una chica, exalumna de la Ibero está en terapia intensiva.
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¿Qué pasa?
Yo no voy a eximir a las autoridades de su responsabilidad por vigilar estas vialidades e incrementar las medidas disuasorias de estos eventos.
Sí diré que qué necesidad de tener estacionadas unidades para que los conductores eviten las carreras clandestinas.
Pero sobre todo hablaré de quienes participan en estos arrancones, corriendo o solo asistiendo a la congregación de autos. De amigos, familias que apoyan o permiten que sus hijos, hermanos, padres participen de ello.
¿Dónde están los conductores del Porsche y del Lamborghini? Porque ellos fueron incapaces de detenerse a ver si es que podían ayudar.
En las carreras clandestinas no hay ni esparcimiento, no hay ganancia cultural, bueno, ni sentido común, instinto de supervivencia, menos compañerismo.
Que descansen en paz las víctimas y ojalá, ojalá algo se aprendiera de esta tragedia.
