El machismo podría pensarlo como una posición frente al otro, una posición de poder donde se busca minimizarle, decirle lo que está bien o mal, bajo dinámicas de dominio y control. Se instaura en comentarios y acciones que dictan cómo tiene que comportarse una mujer para ser mujer, y de esto muchas mujeres estamos cansadas. Es una violencia que se ha ejercido contra nosotras sistemáticamente, razón por la que existe una deuda histórica por abuso de poder y control, comentarios hirientes que en su mayoría vienen de hombres, pero también, desde luego, de mujeres hacia mujeres.
Si pensamos, entonces, que el machismo es una posición y, como ya he dicho, la puede ejercer tanto un hombre como una mujer, ¿qué hay detrás de este sistema y por qué vemos casos donde se les busca encubrir a los violentadores? Como en cualquier otra área, existen mujeres abogadas que defienden a hombres violentadores, o hermanas y madres que cubren a un hermano o hijo que ha violentado con tal de seguir sosteniendo ideales conservadores, como el famoso “que dirán” o el ideal de la familia “funcional” como núcleo social.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando una mujer denuncia un maltrato? Si pensamos que la denuncia es la acción y el efecto de hacer saber una falta, muchas mujeres no hablan por miedo, y lograr salirse de ese lugar donde se le está ejerciendo un poder es muy complejo, ya que el otro, quien ejerce el “poder”, dejaría de tenerlo.
La cuestión aquí es que hemos vivido durante muchos años bajo violencias que no son tan visibles, de esas que se han normalizado y que podrían pasar desapercibidas, que si se denuncian se perciben como exageradas. Como cuando el marido le dice a su esposa “malagradecida”: “eres una malagradecida por la vida que te doy”. “Eres una malagradecida porque te mantengo y no haces lo que yo quiero; muchas otra mujeres estarían agradecidas de ser mantenidas”.
Si pensamos que la palabra malagradecida significa literalmente “que no agradece bien” ¿qué implicaría aquí “agradecer bien”? La palabra agradecer viene del latín “gratus” que significa agradable, digno de agradecimiento, ser reconocido como alguien digno. De la misma palabra derivan gracia, gratitud y gratis, así que, bajo esa lógica, decirle a una mujer malagradecida es colocarla en un lugar de deuda, teniendo un costo que pagar. Podríamos preguntarnos ¿una mujer que por trabajar en la casa, haciendo labores domésticas, es mantenida, tendría que ser agradecida por serlo?
Esta clase de relaciones de poder se instaura bajo ideales capitalistas en los que “si te doy, tú me debes”, lo que obliga a quien recibe a soportar las humillaciones debido a ese agradecimiento que se espera de ella. Se trata de una lógica de mercado que cosifica a la mujer e invisibiliza el trabajo que implica la organización, mantenimiento, etc., de dedicarse al hogar, buscando obtener una ganancia, reproduciendo relaciones donde uno tiene poder sobre otro, donde uno sabe por los dos, ejerciendo una posición de poder, esperando algo a cambio, mercantilizando el vínculo afectivo hasta el punto de dar la vida misma, “eterna y obligadamente agradecida con el otro que me da”.
Bajo esta misma lógica se basa, también, el ideal de la madre incondicional, el cual es imposible de sostener, pues cuando una madre busca ser tan incondicional, deja al hijo en una posición muy compleja: desde deberle la vida a la madre hasta obligarlo a ser el hijo “perfecto”, infantilizando su propia subjetividad. En esta clase de argumentos, la madre cree que al ofrecer su amor de manera incondicional, al “dar la vida” por su hijo, este no tendría por qué equivocarse, algo que pondría en riesgo su lugar de “madre perfecta e incondicional”. Sin embargo, si se apuesta por la unidad, uno de los dos queda obturado por el otro: el hijo por su madre incondicional sin posibilidad de equivocarse, la madre por el hijo en su actuar. Para ella, no habría posibilidad a la falla, el hijo “todo lo puede”, pero en psicoanálisis sabemos que no todo se puede (afortunadamente).
Así que sí, esta posición machista la podemos pensar de cómo se ha vivido e instaurado el machismo en nuestra sociedad, colocando a las mujeres como trofeos narcisistas, buscando en este tipo de relaciones que las mujeres tengan un valor económico y social para así brindar una ganancia al dar algo –su vida, sus decisiones– a cambio, buscando obtener una plusvalía, poniendo a las mujeres como viles mercancías, objetos de consumo, perdiendo su lugar como sujetos deseantes, valdría decir, dejando a un lado a una mujer por quien es sino por lo que tiene que ofrecer en tanto mercancía, y ojo: las personas nunca seremos mercancías, valemos por quienes somos.
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