La política tiene sus misterios y sus desenlaces reservados, pero cuando el desenlace sonríe para la foto, deja de ser secreto.
El Yuawi Poblano, el senador “indígena” Néstor Camarillo Medina, joven pero viejo militante del PRI, apareció más sonriente que nunca, flanqueado por Luis Donaldo Colosio y Clemente Castañeda, estrenando tenis naranjas y membrete nuevo: ahora es parte de la bancada de Movimiento Ciudadano.
Nada mal para alguien que hace apenas unos meses aseguraba que jamás traicionaría al PRI y hace unos cuantos días presumía (y utilizaba) al último de los mohicanos de ese partido: el exgobernador Melquiades Morales Flores, y hasta se reportaba en reunión de trabajo del CEN tricolor compartiendo “visión, compromiso y metas” (sic).
Claro, la traición no existe si es en nombre de “la evolución”, por causas ciudadanas.
Muchos creían que su abrupta salida del tricolor era una operación quirúrgica para salvarle el pellejo a otro impresentable: “Alito” Moreno.
Pero ese secreto –si lo hubo– se lo llevará el sumidero de las confidencias inconfesables.
Lo único claro es que el paso de Néstor Camarillo a Movimiento Ciudadano no fue por convicción ideológica ni por repudio a Morena. Fue por un motivo más viejo que la política misma: su aspiración a gobernar Puebla.
Porque al Yuawi Poblano, hay que decirlo, le gusta soñar en grande. Repite en entrevistas que “el que respira, aspira”, y él respira con ambición desde hace rato. Ya fingió que quería ser candidato a la alcaldía de Puebla solo para presionar. Lo hizo en 2023, ¿por qué no hacerlo de nuevo en 2027?
Una obra con reparto extendido
Esta vez, el movimiento fue más escandaloso, porque no vino solo. En la fiesta de cumpleaños de Néstor –sí, esa misma donde corría más whisky que lealtad– se dejó entrever la jugada. Entre los invitados estaban Eduardo Rivera Pérez, Inés Saturnino y Marco Valencia. El bloque opositor unido… pero no en ideología, sino en estrategia de supervivencia.
Aquel rumor que la columnista Viridiana Lozano soltó sobre su pase a Movimiento Ciudadano luego del brindis ya no es chisme: es boletín oficial.
Y ahí comienza a dibujarse el segundo acto de la obra: El empleado de El Yunque, el que perdió el control burocrático del PAN poblano, Eduardo Rivera, vuelve a aparecer en escena como ficha complementaria.
Hoy, Eduardo es el panista mejor posicionado en encuestas para regresar a la alcaldía de Puebla. Y curiosamente, está ausente en el proceso interno del PAN municipal. Silencio táctico. Pero sus operadores de tercera línea se mueven con sigilo dentro del partido, como sombras que saben que el guion ya está escrito en otra casa. La Casa Naranja.
El pacto de los desesperados
Lo que se escucha ya entre los pasillos y las copas es que Eduardo Rivera iría de nuevo por la alcaldía en 2027, apoyado por Néstor Camarillo, quien a cambio exigiría ser el candidato a la gubernatura en 2030. Uno le limpia el camino al otro en Movimiento Ciudadano y viceversa. A falta de partido, buenos son los dividendos. Néstor como avanzada de Eduardo.
Y mientras, Fedrha Suriano (dirigente estatal de MC) intenta guardar la compostura declarando que Néstor “tendrá que pasar por filtros”, el expriista ya tiene nueva bancada y se codea con la cúpula naranja. ¿A quién engañan?
La causa ciudadana no existe en esta ecuación. Lo que une a Néstor y a Lalo no es el bien común ni una plataforma compartida. Es el cálculo frío del interés personal. La ciudad y el estado como piezas de ajedrez para proteger cuentas públicas, armar candidaturas, seguir enriqueciéndose y blindar pasados incómodos.
(Un dato: una cuñada de Eduardo Rivera, María Esther Ortiz, ya está en Movimiento Ciudadano, es regidora de Puebla).
Rebasando a la derecha por la derecha
Esta alianza entre dos figuras que naufragaron en sus propios partidos y ahora juegan al naranja es una confesión sin palabras: el PRI está en ruinas, el PAN en coma y Movimiento Ciudadano es el nuevo Uber político que todos quieren abordar. Porque ya no se trata de hacer política, sino de sobrevivir… con estilo.
Hoy, Néstor y Eduardo caminan juntos. Uno con el disfraz de senador rebelde; el otro, con la nostalgia del poder. Ambos con sus tenis fosforescentes, listos para una misión personal. Puebla… puede esperar.
Porque aquí, como siempre, la lealtad es temporal, la ideología desechable y la militancia, un souvenir más en la repisa del oportunismo.
El desenlace es reservado. Pero el oportunismo ya se volvió público.