En el PAN poblano ya nadie declina, solo resignan. Y esta semana ocurrió uno de esos movimientos que no necesitan boletín: basta una foto y las piezas se acomodan solas.
Mónica Rodríguez Della Vecchia, ex diputada local y esposa de uno de los patriarcas del conservadurismo azul, apareció junto a Manolo Herrera, ficha oficial del grupo de Mario Riestra, como quien no quiere la cosa… pero sí quiere la Secretaría General del Comité Municipal.
No lo dijo. No lo firmó. Pero lo entendimos todos: Mónica ya está del otro lado.
Y con ella, las familias custodias del PAN han sellado su divorcio con El Yunque burocrático.
No es una ruptura. Es una transición moral hacia la supervivencia.
Porque los monaguillos de El Yunque –es decir, Eduardo Rivera Pérez y sus secuaces, que no son El Yunque jerárquico, sino El Yunque operado en PowerPoint y conferencias motivacionales– ya no buscan la verdad, ni la cruzada.
Buscan interlocución, continuidad, contratos de asesoría jurídica, comunicación, imagen institucional…
Y su nueva doctrina es simple: “Ama a Dios sobre todas las cosas… pero no pierdas el contacto con la Auditoría”.
Por eso vemos a miembros de las familias custodias de El Yunque perfectamente integrados al gobierno municipal de José Chedraui.
Véase el caso del secretario general de Gobierno, Francisco “Franco” Rodríguez Álvarez.
Mientras Eduardo Rivera enfrenta observaciones millonarias de la ASE, ellos no se estresan. Ya hicieron su movimiento.
Ya se incrustaron. Ya fluyen.
El Yunque jerárquico ha abandonado a El Yunque burocrático por una razón clara: la supervivencia no es ideológica, es contractual.
Ya no hay mística, hay nómina.
Ya no hay cruzada, hay convenios.
En medio de ese reacomodo, Eduardo Rivera sigue solo.
Solo con sus derrotas. Solo con su boutique de calcetines. Solo con su mat de yoga –operado por la familia–. Solo con su eterna hipocresía toluqueña.
Hoy lleva el corte de caja por la mañana, y por la tarde toma clases de respiración, pilates y silencio interior en el centro de bienestar instalado en la lujosa Torre Inxignia de Vía Atlixcáyotl.
Una torre alta, hueca y silenciosa.
Metáfora perfecta de donde está recluido hoy el panista que lo fue todo y ya no es nada.
Porque la debacle de Eduardo Rivera no fue una caída: fue una pendiente prolongada, paciente, dolorosa.
Un calendario político descendente, que se puede contar así:
* Perdió la gubernatura, aun teniendo estructura, marca y recursos.
* Fue grotescamente excluido del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, donde no entró ni de suplente a las secretarías.
* Perdió el control de la dirigencia estatal, con su operador grisáceo Marcos Castro arrastrando una derrota que ya estaba cantada.
* En el relevo generacional yunquista, perdió por más de 3 a 1.
* Su gallo, Felipe Velázquez, ya pactó, como era previsible, con la dirigencia actual.
* Su esposa, Pilar Morán, ya cobra en la nómina del partido.
* Augusta Díaz de Rivera, a quien él mismo colocó, ya se toma fotos de cortesía con Mario Riestra y Genoveva Huerta, guiñando el ojo mientras, fiel a su costumbre, brinca del barco.
* Y Eduardo Rivera respira. Profundo. Muy profundo…
Porque se está quedando solo.
Lo verdaderamente simbólico es que El Yunque ya no quiere evangelizar: quiere facturar.
Ya no coloca candidatos: coloca facturas.
Ya no empuja perfiles provida: gestiona asesorías, cursos, talleres y manuales para gobiernos municipales en todo el país.
Y, claro, no falta quien lo celebre con resignación:
“Al menos no estamos fuera…”.
Pero sí están fuera.
Fuera de la vida pública.
Fuera del debate.
Fuera del futuro.
Fuera del corazón del PAN que alguna vez juraron custodiar.
Eduardo Rivera es hoy un muerto viviente de lo que el panismo fue… y ya no será.
Mientras tanto:
Mario Riestra, con todo y sus tibiezas y temores de romper con el régimen armentista que lo ayudó a encumbrarse, se fortalece internamente.
Genoveva Huerta se recompone.
Eduardo Rivera desfallece.
Y Guadalupe Leal seguirá marginada, siendo ahora la cola de un ratón –literal– llamado Eduardo Rivera. Pérez para más señas.