En el alicaído Partido Acción Nacional de Puebla ya no hay guerra santa, sino cruzadas de supervivencia. El otrora bastión conservador, que presumía hegemonía en la capital y brújula moral desde el púlpito blanquiazul, hoy se debate entre la nostalgia de su pasado y los jirones de una militancia que ya no responde ni al “sí, patrón” de El Yunque, ni a los rezos de la dirigencia estatal.
La elección del Comité Municipal del PAN será, para muchos, el último ring antes del retiro forzoso o del destierro político. Un universo cerrado de cinco mil militantes decidirá el futuro inmediato de un partido que, según las encuestas nacionales, amenaza con caer al cuarto lugar, por debajo de Movimiento Ciudadano… y peleando palmo a palmo con el Partido Verde. En Puebla, el PAN ya fue rebasado en número de alcaldías y diputaciones por los verdes. Triste, pero cierto.
El Yunque, derrotado recientemente con el incoloro Felipe Velázquez, busca reagruparse. Pero no encuentra soldados. Ni siquiera los suyos. La carta visible, Mónica Rodríguez de la Vecchia, quiere resucitar el apellido de su marido como si fuera un tótem electoral. Cree que la herencia de Pablo Rodríguez Regordosa le basta para encabezar al PAN capitalino. Pero ni es el mismo partido ni es el mismo electorado. La sombra de Rafael Moreno Valle, que infló padrones y simuló unidad, ya no cobija a nadie.
Mónica no camina. Y aquí la elección se gana caminando. Tocando puertas. Apelando al voto directo de cada militante. No hay tótem que valga si no hay base.
En la otra esquina, Guadalupe Leal. Exdiputada, exyunque, exgenovevista. Padeció violencia política, se alejó del partido y luego regresó para apoyar a… Felipe Velázquez, el candidato de Eduardo Rivera Pérez. Así es, quien había sido su agresor político, terminó siendo su bandera. Pero hoy, en el colmo de las ironías, El Yunque le volvió a buscar para ofrecerle encabezar el bloque opositor a la dirigencia. Lupita, en un arranque de dignidad o estrategia, primero dijo que sí… y ahora les dice que no.
Pero el grupo ultraconservador –y ultrahipócrita– no se rinde. Aunque ya no tiene unidad ni nombre limpio. Tienen votos, sí: unos 300 votos de quienes se dicen panistas de pedigree. Pero les faltan candidatos viables. Guadalupe Arrubarrena podría ser su ficha. Actual regidora, exsíndica, exregidora, consejera jurídica. Lleva 15 años viviendo del presupuesto municipal. No ha salido del Ayuntamiento desde 2010. Es parte de las familias custodias del Yunque, de los becarios de la burocracia panista.
Otra carta sería Rafael von Raesfeld. Sin chamba, con deuda política pendiente. Lo empujan, pero no levanta.
Y mientras El Yunque se desangra, el oficialismo busca a su candidato Frankenstein: Manolo Herrera. Panista de cuna, camaleónico de convicción. Caminó con todos: Sánchez de Rivera, Moreno Valle, Eduardo Rivera… A todos les juró lealtad. Pero no se le conoce discurso, ni fuerza política real. Fue regidor en el gobierno más observado y más señalado por la Auditoría Superior del Estado. El de Rivera. Hoy quiere ser el “rostro nuevo” del oficialismo. Pero a su paso solo causa carcajadas.
¿Quién lo apoya? El silencio. Pero camina, y eso, para esta elección, puede ser oro puro.
El escenario se compone de cuatro bloques bien definidos:
1. El Yunque, con su vieja y pequeña maquinaria electoral ya dividida.
2. El oficialismo, representado por la dirigencia del tibio Mario Riestra Piña.
3. La seudorrevolución ínfima de Guadalupe Leal y Fernando Sarur.
4. Y los desplazados del PAN que aún trabajan en el Ayuntamiento de Puebla, quienes podrían ser operados desde las sombras por Franco Rodríguez, secretario general del alcalde José Chedraui Budib.
La verdadera guerra no es por el PAN, es por lo que representa: una ficha de cambio, un símbolo de control político en la capital, una carta para negociar con el régimen.
Felipe Velázquez ya traicionó a Eduardo Rivera. Su esposa, Pilar Morán, ya cobra en la dirigencia estatal del PAN. Los que se decían yunquistas hoy buscan lavar sus culpas con contratos o puestos. Sálvese quien pueda.
Este será el tono de la próxima asamblea. Entre traiciones, fantasmas, padrones inflados y panistas que ya no saben si son azules, verdes o naranjas. Lo único seguro es que, gane quien gane, el PAN pierde.
Y eso… también lo sabe Morena, que asiste, entre divertido y curioso, al triste espectáculo que ofrece la dizque oposición de Puebla.