El expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León ha regresado al centro de la opinión pública queriendo asumir el papel de defensor de la democracia y los derechos humanos, una postura diametralmente opuesta a su desempeño como presidente de la República, en el que protegió matanzas de indígenas y de opositores al PRI, además de permitir que los banqueros se robaran los bienes de la nación. En particular fue un mandatario que no entendía la realidad social del país y eso lo llevó, en una ocasión, a creer que en Puebla gobernaba el Vaticano.
Diciembre de 1994 es un mes emblemático por dos razones de peso: el Popocatépetl despertó luego de 70 años de inactividad y Ernesto Zedillo, que recién había llegado a la presidencia de la República, quebró la economía del país, el detonar una de las crisis financieras más sombrías de la nación.
Luego del despertar del volcán, el 21 de diciembre de 1994 a las 1:54 de la madrugada, Zedillo dispuso un desastroso proceso de evacuación de las comunidades del Popocatépetl. Se tenía que llevar a los albergues a 75 mil pobladores que estaban en riesgo y resulta que a los centros de resguardo no llegaron más de 25 mil.
Tres años más tarde, durante una nueva contingencia volcánica, Zedillo realizó una gira en la región del Popocatépetl para evaluar las políticas públicas de protección civil. El acto más importante fue al mediodía, del 20 de junio de 1997, en el municipio de Huaquechula, que era gobernado por la primera edil en llegar a ese cargo bajo las siglas del PRI: Isabel Merlo Talavera.
Luego de una larga jornada en que se explicaron, de manera detenida y minuciosa, los nuevos sistemas de alerta de riesgo volcánico, llegó la hora de una comida, ahí en la cabecera de Huaquechula.
Cuentan algunos testigos que, en el acto a cargo del Sistema Nacional de Protección Civil y después ya en la comida, un Ernesto Zedillo con un rostro duro, siempre mostrando un reflejo de resentimiento, insistió en preguntarle a Merlo Talavera, palabras más, palabras menos: “pero ustedes sí son del PRI, ¿verdad?”.
“¿Esa bandera amarilla que ondea ahí es del PRD o es del Vaticano?”, señalando con el brazo extendido hace el frente y con un tono de severidad.
Una contrariada Isabel Merlo en un primer momento no supo qué responder. Hasta que Zedillo insistió, al decir algo parecido a lo siguiente: “Grave que el Vaticano esté mandando aquí”.
Fue entonces que la presidenta municipal atajó y aclaró: “No, es la alerta sísmica”.
Es decir, esa señalización de color amarilla, que ondeaba en lo más alto del pueblo, era parte del semáforo de riesgo volcánico. El sistema de alerta que, hasta el cansancio, ese día se explicó a lo largo de la gira presidencial.
Dicha actitud era una muestra de que Zedillo, quien era doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Yale, podía estar presente físicamente en un acto oficial, pero su mente estaba en otro lado.
Por eso nunca entendió los problemas sociales. A los deudores de la banca y damnificados por desastres, siempre los veía como delincuentes o personas “antisociales”.
El hombre que ahora sale a mostrarse como defensor de la democracia mexicana no permitía que nadie se dirigiera a él, sobre todo cuando recorría zonas devastadas por sismos, huracanes, explosiones de ductos de Pemex. Ahí era donde desnudaba su intolerancia y alejamiento del pueblo.
Fue notable su acto de histeria cuando en 1999 hubo una contingencia pluvial que dejó muerte y destrucción en la Sierra Norte de Puebla, Veracruz, Hidalgo, Tabasco y Chiapas. En esa ocasión el entonces presidente, que ya estaba en los últimos meses de su mandato, llegó hasta la comunidad veracruzana llamada Gutiérrez Zamora. Ahí un hombre gritó: “Tenemos hambre, ya no hay comida”, para que un descontrolado presidente respondiera:
“¡Cállese! ¡Le exijo respeto, soy el presidente de la República! Si vuelve a hablar, me las paga”.