No solamente ha matizado la beligerancia de una retórica recurrentemente bipolar –que un día amenaza y el otro halaga– contra México, sino que además los números muestran que el republicano Donald John Trump es agresivo en el discurso antiinmigrante, pero resulta mejor aliado de los indocumentados –o un enemigo menos duro– que sus antecesores, especialmente los demócratas.
Durante su primer mandato, entre 2017 y 2020, Donald deportó a 766 mil 055 indocumentados, en tanto que el demócrata Barack Obama casi expulsó a 3 millones de personas en sus dos mandatos, entre 2009 y 2016; la cifra exacta es de 2 millones 848 mil 937 indocumentados.
El comparativo más claro es el directo entre ellos, por la abismal postura pública sobre la migración, desde las dos visiones partidistas de Estados Unidos.
Veamos: mientras Trump es racista y hasta tiene rasgos fascistas en su retórica antiinmigrante, Obama incluso apachaba a los migrantes y les prometía medidas que aliviaran su situación y, efectivamente hizo algunas, pero a la vez deportaba masivamente a los indocumentados.
Las otras cifras son ilustrativas: el demócrata Bill Clinton, en sus dos mandatos, entre 1993 y 2001, deportó a 7 millones 447 mil 247 personas; el republicano George W. Bush, entre 2001 y 2009, 4 millones 653 mil 516 personas, y el demócrata Joe Biden, 891 mil 503, entre 2021 y 2025.
El tema viene a cuenta porque Trump, quien ahora está ocupado de tiempo completo con su guerra comercial y discursiva contra China, no ha resultado el león desbocado y voraz que pintaban algunos y que se preveía que iba a devastar a México, a la vez de entrar en una disputa permanente contra la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
De ella, Trump ha dicho ya una decena de ocasiones que es una mujer “fantástica” y “maravillosa” y la ha puesto como ejemplo ante el mundo, en cooperación en seguridad y por sus programas de combate a las drogas.
El magnate incluso ha dicho que, como el caso de su programa de valores, para prevenir las adicciones, retomará algunas de sus políticas sociales para aplicarlas en Estados Unidos.
En el enfrentamiento, breve, ligero y solamente retórico, entre la presidenta y Trump, ha salido Sheinbaum tan fortalecida que hoy es vista como la indudable líder política de Latinoamérica y el Caribe, además de –ante muchos ojos– la mujer gobernante más poderosa del mundo.
En estos episodios subyacen tres realidades: nuestro país y su presidenta son vistos con enorme respeto por el republicano y por Estados Unidos, incluida su oligarquía.
Dos: los comentócratas de la derecha mexicana, quienes casi pronosticaron una invasión estadounidense, no solamente son malintencionados, sino también profundamente ignorantes y desinformados.
Tres: Trump no es necesariamente un enemigo de México y los mexicanos, aunque tampoco se puede ver como un muy amigable vecino.
Conclusión: el león no es como lo pintan, tampoco Donald.