El destino ha sido un tanto ingrato con Julio Miguel Huerta Gómez, el primo del extinto Luis Miguel Barbosa Huerta que por ser pariente de éste y haber trabajado muy cerca de él heredó odios y rencores gratuitos. De secretario de Gobernación, coordinador político de Claudia Sheinbaum Pardo y aspirante a gobernador pasó a ser un diputado local que apenas participa en la vida interna del Poder Legislativo. Es, como se dice en la jerga, un personaje gris.
Dentro del círculo rojo, que conforman por igual políticos y periodistas, se criticó mucho esa personalidad arrogante que mostró en una parte del gobierno interino de Sergio Salomón Céspedes Peregrina. Sobre todo al principio, cuando la estructura institucional lo asumió como el “gallo” del entonces gobernador para pelear la sucesión del 2024. Él mismo se puso la camiseta del precandidato oficial y actuó en consecuencia.
En efecto, por entonces sufrió de altivez extrema. Sin ser gobernador, sino solo aspirante, se comportaba como mandatario electo. Actuaba, ordenaba y se movía como tal, con todo y séquito de colaboradores al que nada más le faltaba un integrante que limpiara el suelo a su paso.
Pero antes que eso, Huerta Gómez ganó una legión de odiadores por la mala imagen pública de su primo Barbosa. Esto se ha confirmado con el paso del tiempo. Transcurrida y olvidada la contienda interna del año 2023, es ese vínculo con el exgobernador fallecido lo que lo mantiene a raya, sin puertas visibles para reincorporarse a la vorágine pública que tanto disfrutó.
El destino ha sido ingrato, sí, porque, aunque no haya sido su propósito, con su incursión en la contienda por la candidatura de Morena al gobierno del estado ayudó a contener a “Nacho” Mier Velazco. Y eso, con todo y que ocurriese por accidente, debe tener su mérito para Alejandro Armenta Mier (mandatario en funciones) y el resto de los miembros del nuevo régimen.
Como secretario de Gobernación y con el visto bueno de su entonces jefe, Sergio Salomón Céspedes, Julio Huerta habló con la gran mayoría de los presidentes y las presidentas municipales del estado para pedirles su apoyo en esa lucha interna. Para obligarlos pues. Y no se limitó a los ediles emanados de Morena y sus partidos aliados, sino que hizo lo mismo con aquellos de la oposición, como PAN y PRI.
Casi todos le dijeron que sí, muchos incluso a regañadientes. Se alinearon con el candidato supuestamente oficial, que además era titular de Gobernación, para no sufrir represalias.
Cuando Mier Velazco o alguno de sus representantes iba a pedir apoyo para su causa, la respuesta era que no, porque no podían contrariar a Huerta, o que sí, pero en secreto, en la intimidad, donde la ayuda no sirve de nada.
A la larga esa operación política sirvió de contención para Ignacio Mier, que no pudo disponer del andamiaje institucional de los ayuntamientos para robustecer su imagen entre los eventuales electores. El desenlace ya es historia.
Eso lo logró Julio Huerta, que hoy padece un eterno invierno en su asiento del reluciente y nuevo Congreso.