¿Alguna vez te has preguntado cómo surgió uno de los inventos más transformadores de la humanidad: la escritura? Esta columna, orientada a explorar las dinámicas urbanas, busca no solo analizar los efectos de las ciudades en nuestra vida, sino también destacar cómo estas aglomeraciones humanas han sido el crisol de avances fundamentales para nuestra civilización. Hoy, nos adentramos en uno de esos milagros urbanos: el nacimiento de la escritura.
El proceso que llevó a la creación de la escritura es fascinante y está íntimamente ligado al desarrollo de las primeras ciudades. Todo comenzó con la agricultura. Una vez que el ser humano dominó la producción de alimentos, especialmente cereales y vegetales, surgió un excedente que permitió que no todos tuvieran que dedicarse a labores agrícolas. ¿Te imaginas cómo cambió la vida cuando algunas personas pudieron dedicarse a otras actividades?
Así, en los primeros núcleos urbanos, aparecieron grupos dedicados a la defensa, la artesanía o la producción de utensilios. Pero hubo dos sectores que marcaron una diferencia crucial: la clase dirigente y la sacerdotal. Estos grupos, liberados de la producción directa, comenzaron a organizar y administrar la vida en comunidad.
Con el tiempo, el excedente agrícola no solo alimentó a las propias ciudades, sino que también se convirtió en un bien intercambiable.
¿Qué pasó entonces? Surgió el comercio entre aldeas, cercanas y lejanas. Pero, ¿cómo registrar estas transacciones? Aquí es donde entra en juego uno de los grandes hitos de la humanidad. En Sumeria, por ejemplo, se comenzaron a hacer incisiones en tabletas de arcilla para llevar un control numérico de las mercancías. Pronto, a estos números se añadieron símbolos para identificar a las personas y los objetos involucrados. Así, de manera casi mágica, nació la escritura.
¿Y qué vino después? La escritura no solo sirvió para contar sacos de trigo o cántaros de aceite. Pronto, se convirtió en una herramienta para narrar historias, preservar conocimientos y expresar ideas. En la antigua ciudad de Uruk, el rey Gilgamesh dejó para la posteridad su famosa epopeya, considerada la primera obra literaria de la humanidad, alrededor del 2,700 a. C.
Pero el milagro de la escritura no se detuvo ahí. En la península griega, Homero nos regaló La Odisea hacia el 850 a. C., y, más tarde, Sófocles y Platón nos legaron obras como Antígona y sus Diálogos. Los romanos, por su parte, nos dejaron el legado de Virgilio, Horacio, Cicerón y Séneca, cuyas obras sentaron las bases de la literatura occidental.
Entonces, ¿qué nos dice todo esto? Que la escritura, ese invento que hoy damos por sentado, es un regalo de las ciudades. Es el resultado de la complejidad y la colaboración que surgen cuando los seres humanos vivimos juntos. La próxima vez que abras un libro, piensa en esto: cada palabra que lees es un eco de aquellas primeras incisiones en arcilla, un testimonio de cómo la urbanización ha moldeado nuestra cultura.
¿Y tú? ¿Cómo crees que las ciudades seguirán influyendo en nuestra forma de comunicarnos y crear? La escritura fue solo el comienzo. Hoy, en un mundo cada vez más digital, ¿qué nuevos milagros urbanos están por venir?