En esta columna titulada Ciudades, recomendaré al lector un texto particular sobre la capital de nuestro país, la Ciudad de México, a la que le tengo un especial cariño.
Llegó a mis manos un librillo editado hace tiempo por el Gobierno del DF, titulado México en 1554, que contiene tres diálogos latinos de Francisco Cervantes de Salazar (versión castellana de Joaquín García Icazbalceta, edición facsimilar primera e introducción de Miguel León-Portilla, año 1973). Recientemente, la Colección Metropolitana lo reimprimió, lo que provocó esta nota. Despertó mi curiosidad saber que los diálogos fueron originalmente escritos en latín a mediados del siglo XVI por Cervantes de Salazar y traducidos al castellano trescientos años después, a mediados del siglo XIX, por García Icazbalceta. Me parece que estos diálogos son hoy de interés para todos, nacidos o no en la Ciudad de México, especialmente para quienes aprecian las construcciones que nos sobreviven, sean arquitectos o urbanistas.
En sus diálogos, Francisco Cervantes hace una descripción de la ciudad conquistada treinta años atrás, formada por Tenochtitlan y su ciudad conurbada, Tlatelolco, que poco antes de la Conquista todavía eran dos centros urbanos en guerra.
El texto está compuesto por tres partes o diálogos. En el primer diálogo, titulado “La Universidad de México”, un vecino llamado Mesa conduce a un forastero llamado Gutiérrez al edificio, supuestamente el primer inmueble de la Universidad, designado como tal por el emperador Carlos V. Mesa se refiere elogiosamente a los maestros que allí “disipan las tinieblas de la ignorancia que oscurecían este Nuevo Mundo y que de tal modo confirman a los indios en la fe y culto de Dios”.
En los diálogos segundo y tercero, los vecinos Zuazo y Zamora dialogan con el forastero Alfaro mientras recorren las calles de la ciudad. Parten de Santa Clara por Tacuba rumbo a la plaza de armas. En el tercer diálogo, el recorrido es por los alrededores de la ciudad. Parten por Tacuba, ahora hacia la Ribera de San Cosme hacia la Tlaxpana. Zamora propone ir a Chapultepec siguiendo el acueducto para “ver de camino muchas cosas” y toman la calzada de la Verónica rumbo a Chapultepec.
El texto contiene varias notas finales: una de Alfonso Gómez Alfaro, discípulo de Cervantes de Salazar; otra del impresor Juan Pablos; una más sobre los Emolumentos de los Profesores de la Real y Pontificia Universidad de México. Incluye dos notas últimas sin autor: una titulada “La vieja Ciudad de México” y otra “El Paseo del Pendón”.
A todos mis amigos, nacidos o no en esa ciudad, les sugiero la lectura de este delicioso texto que les hará recordar y valorar sus propios recorridos por las calles de México. Sé que algunos podrán decir: “¿cómo recomiendas leer un texto publicado por el Gobierno del DF hace cincuenta años?” No hay pretexto, el texto está hoy en Internet:
Complemento esta nota con dos semblanzas:
Francisco Cervantes de Salazar fue un escritor toledano que encontró su destino en Nueva España. Llegado en 1550, se dedicó a la docencia de gramática latina y pronto se integró a la vida académica de la naciente Universidad. Sacerdote, rector, cronista de la Ciudad de México, fue uno de esos intelectuales que ayudaron a construir la primera institucionalidad cultural del virreinato. Su paso por la Universidad no fue efímero: dictó cátedra de retórica, fue rector en dos periodos y destacó como un humanista comprometido con la educación del nuevo territorio. Murió en 1575, dejando una huella indeleble en las letras novohispanas.
Joaquín García Icazbalceta nació en momentos turbulentos para los españoles en México. Hijo de emigrantes, regresó al país cuando España reconoció la independencia mexicana. Más que un erudito de escritorio, fue un apasionado por las lenguas indígenas y la historia nacional. Fundador de la Academia Mexicana de Lengua, dedicó su vida a desentrañar los orígenes y la complejidad cultural de México. Dirigió la Academia hasta su muerte en 1894, siendo reconocido como uno de los más importantes intelectuales de su época.