En las primeras horas del 19 de diciembre de 2010, San Martín Texmelucan despertó al estruendo de un infierno desatado. El amanecer, que debería anunciar la calma y la rutina de un domingo cualquiera, se cubrió de humo negro y gritos de desesperación.
Una toma clandestina en un ducto de Pemex desencadenó una de las peores tragedias en la historia de ese municipio poblano, dejando un saldo de 30 muertos, entre ellos 13 niños, y más de 50 heridos. La explosión no solo destruyó hogares y vehículos; también fracturó el corazón de sus habitantes.
La colonia La Cruz y, particularmente, el bulevar San Damián se convirtieron en el epicentro del desastre. Casas calcinadas, autos reducidos a chatarra humeante y un silencio roto por el llanto de los sobrevivientes marcaban el escenario.
Mientras algunos lograron escapar, otros quedaron atrapados en sus viviendas, sin posibilidad de huir del avance de las llamas. Entre las historias que emergen de esa madrugada, una destaca: un hombre calcinado que, en su último acto de amor, cubrió el cuerpo de un bebé intentando salvarlo.
El saldo material fue devastador: más de 100 viviendas afectadas, 34 de ellas en pérdida total, y 72 automóviles destruidos. Las cifras, aunque impresionantes, no alcanzan a reflejar el dolor y el miedo que persisten catorce años después.
Decenas de familias perdieron no solo su patrimonio, sino también la posibilidad de disfrutar unas fiestas decembrinas que nunca volverían a ser iguales.
El eco de la tragedia
San Martín Texmelucan no ha logrado cerrar este capítulo. Cada diciembre, los habitantes recuerdan a sus seres queridos con ceremonias luctuosas comunitarias que evocan la ausencia y el dolor.
Sin embargo, no todos encuentran consuelo en estos actos conmemorativos. Algunos de ellos prefieren evitar estas reuniones, incapaces de revivir un sufrimiento que parece no tener fin, y 0reservar el doloroso recuerdo en sus hogares, en compañía de sus personas más cercanas.
Promesas vacías y un riesgo latente
Las autoridades prometieron justicia y medidas para prevenir futuras tragedias, pero el robo de combustible persiste. A pesar de la presencia de militares y elementos de la Guardia Nacional, el peligro continúa acechando a los habitantes. Las viviendas han crecido en número, y los márgenes del río Atoyac, antes marcados por el fuego, ahora lucen reverdecidos. Sin embargo, la cicatriz emocional permanece.
A 14 años de distancia, la explosión de San Martín Texmelucan es un recordatorio de las consecuencias devastadoras de la negligencia y el crimen organizado. Los más jóvenes, ajenos al dolor de aquel día, caminan indiferentes por calles que ocultan un pasado de tragedia y lucha. Pero para quienes lo vivieron, el 19 de diciembre de 2010 es una fecha imborrable, un eco de llamas y pérdidas que sigue resonando en cada rincón de la comunidad.