Ya es lugar común entre los panistas poblanos:
“Eduardo Rivera Pérez es el mejor aliado…
“El mejor aliado de Adriana Dávila”.
Y es que el ex alcalde capitalino resultó una pesada losa para Jorge Romero Herrera.
El desprestigio y el desgaste de Eduardo Rivera han sido muy costosos para el candidato a dirigente nacional del blanquiazul.
Tanto que varias veces se ha llegado a arrepentir de haberlo incluirlo en su planilla.
Una decisión que, cuentan en su entorno, tomó a ciegas, o con base a medias verdades, o mentiras completas, pues no sabía -o nadie le informó- del caos y de la división en que Eduardo Rivera tiene sumido al PAN en el estado.
Es cosa de ver los comentarios que Jorge Romero recibe en redes sociales cada vez que sus community managers tienen la mala ocurrencia de publicar un post en el que aparece con el ex edil poblano.
De “ladrón”, “corrupto” y “nefasto” no lo bajan.
Y no es para menos.
Este mismo martes, el presidente municipal de Puebla, José Chedraui Budib, reconfirmó lo que todo Puebla ya sabía.
Que Eduardo Rivera y su camarilla heredaron en el ayuntamiento capitalino un hoyo financiero por casi 600 millones de pesos.
“Le deben a todo mundo… Es un problema grave, no tengo la menor duda. Es una pena que gente con experiencia, o que pensábamos que tenían experiencia, hayan dejado este problema tan grave”, dijo en declaraciones a los medios de comunicación.
Un caso que huele a inhabilitación y/o cárcel.
La imagen de corrupción es un sello que acompaña -y acompañará por mucho tiempo- a Eduardo Rivera y que por necesidad ha contaminado la campaña de Jorge Romero.
Un panista joven que se presenta como el máximo representante del “nuevo PAN” -cualquier cosa que eso signifique-, pero que arrastra lastres del tamaño de Eduardo Rivera.
Un político poblano que, en su infinita soberbia, se cree un activo, cuando es un pasivo para cualquier proyecto.
Un político poblano que va por el mundo escuchando el canto de las sirenas, incumpliendo compromisos, traicionando y sirviéndose con la cuchara grande del erario.
Un político poblano sin sus cuentas públicas aprobadas y al que, por eso mismo, le urge que el próximo gobernador, Alejandro Armenta Mier, le garantice impunidad a cambio de dirigir tras bambalinas una oposición cómoda, aterciopelada y sumisa.
La ruina de Eduardo Rivera no la ve -o no la quiere ver- ni su esposa, la diputada federal Liliana Ortiz, una mujer sin duda inteligente, pero que también trae la brújula descompuesta: hoy exige un ombudsman ajeno al poder cuando calló ante los varios casos de acoso y abuso sexual de funcionarios del ayuntamiento que encabezó su marido.
De risa.
Lo peor para Eduardo Rivera es que aunque ha puesto en las últimas tres semanas a todos sus empleados a trabajar a marchas forzadas, se ve complicado que cumpla el compromiso que hizo a Jorge Romero.
El próximo domingo 10 de noviembre es la elección abierta a la militancia para presidente o presidenta del Comité Ejecutivo Nacional del PAN y al menos en Puebla, la situación se ve si no imposible, sí cuesta arriba.
En el estado el padrón es de 21 mil 578 militantes.
Eduardo Rivera prometió a Jorge Romero “al menos” 12 mil votos.
Pero según los cálculos más optimistas, si bien le va solo podrá conseguir entre 5 mil y 7 mil votos.
Muy por debajo de la cifra estimada.
Una situación que por supuesto irá en beneficio de Adriana Dávila, la tlaxcalteca que es rival de Jorge Romero y que por cierto esta misma semana estará en Puebla al cierre de su campaña.
Aunque en los últimos días ha activado a todos sus empleados y ha presionado de múltiples formas a los militantes, Eduardo Rivera se las ha visto muy difícil para convencerlos de votar a favor de Romero.
Pocos ya le creen.
Ha destruido al PAN en Puebla y durante el pasado proceso electoral, lo llevó a su peor derrota de los últimos tiempos.
Impuso candidaturas, manipuló encuestas, desconoció liderazgos, lapidó recursos económicos, favoreció solo a su grupo…
En resumen: hizo lo que quiso.
Y ahora quiere seguir haciendo lo que quiera imponiendo a un títere como Felipe Velázquez Gutiérrez en la dirigencia estatal.
Y eso, todo eso, tiene a los militantes tan enojados como decepcionados.
Si además se considera que se ha quedado sin poder ofrecer los incentivos económicos que le permitía mantener el control del ayuntamiento de Puebla, el panorama luce todavía más adverso.
¿Le cumplirá a Jorge Romero?
¿De dónde, cómo, con ayuda de quiénes va a sacar los 12 mil votos prometidos?
¿Cuántos militantes, de los más de 21 mil del padrón, saldrán a votar?
¿De a cuánto el voto?
¿Lo van a ayudar Genoveva Huerta, Mario Riestra, Edmundo Tlatlehui, Mónica Rodríguez, Rafael Micalco…, sabiendo que ni las gracias les dará y que seguramente solo los usará y luego los traicionará -el sello de la casa-?
Sí, parece que los panistas poblanos no se equivocan:
“Eduardo Rivera Pérez es el mejor aliado…
“El mejor aliado de Adriana Dávila”.