En un país en el que matan a 9 mujeres al día —como indican los datos de ONU Mujeres—, y donde las y los activistas son constantemente atacados por defender causas justas, dialogar sobre el papel de las mujeres defensoras de derechos humanos en contextos de violencia o abandono se vuelve urgente. Así se reflexionó en la primera sesión de la Cátedra Ignacio Ellacuría, SJ, de la IBERO Puebla.
Según la periodista y activista Samantha Páez, “somos nosotras, las mujeres, las que estamos tratando de enfocarnos en tratar de sostener la lucha”. Por una parte, ese soporte viene de las exigencias constantes y la organización, pero también del autocuidado y el cuidado colectivo.
La activista trasladó esa afirmación a la labor de las mujeres periodistas que, afirmó, son las más agredidas en el contexto poblano. “Al final, las redes también son primordiales para mujeres periodistas y activistas”, ya que de otra forma se ven expuestas a los peligros de su accionar.
Esa forma de cuidar y luchar también se ve en colectividades como Pueblos Unidos de la Región Cholulteca y de los Volcanes; ahí, mujeres, hombres, infancias y adultos mayores defienden el territorio por igual gracias a las enseñanzas milenarias que heredaron de sus antepasados.
“Somos defensoras de la madre tierra, del agua; porque sin el agua no somos nada”, dijo Nelly, quien ve en su labor de defensa del territorio una forma de procurar el futuro: “Ese es el legado que le quiero dejar a mis hijos y nietos”, y que constantemente se ve asediada por megaproyectos “de muerte”, como ellas y ellos los llaman.
Para Maya y sus compañeras y compañeros de Pueblos Unidos, “el territorio es sagrado: es el tejido social”. Por ello, ceder ante la imposición de proyectos y actores que buscan aprovecharse de la naturaleza que les rodea es vender todo aquello que “les enseña a vivir”. “Nosotras nos hemos organizado como mujeres […] no vamos a permitir que cambien nuestra forma de vida”.
Quetzalli Bautista, académica de la BUAP y antropóloga, afirmó que el análisis y acercamiento de la academia a estos espacios de colectividad y lucha muchas veces se ve coartado por una visión alejada e incluso poco crítica cuando se trata de ver las malas prácticas que se ejercen desde dentro.
“En las instituciones se han hecho cosas, […] pero creo que cuando se trata de hacer revisiones críticas a esos instrumentos, de repente las instituciones son muy resistentes a esas revisiones”. Por ello, la académica llama a los espacios educativos a ser puentes de información y de diálogo con los distintos colectivos, sobre todo desde la reconsideración y análisis de la feminización de los movimientos sociales en la actualidad.