Así a bote pronto, el cambio del estadio Hermanos Serdán por la Plaza de la Victoria parecía obedecer al interés de mostrar músculo político sin correr riesgos, sin enfrentar el peligro de tener sitios sin llenar que dieran pie a desafortunadas imágenes y nocivas interpretaciones, para Morena y la 4T.
En un primer análisis, el repentino ajuste de planes parecía evidenciar el temor de la coalición oficialista y sus candidatos, incluidos en primera fila Claudia Sheinbaum y Alejandro Armenta, al incumplimiento de expectativas y a una baja asistencia de simpatizantes al “magno evento” de cierre de campaña.
La valoración inmediata e inconsciente lleva a pensar en un estadio, el que sea, como el tipo de inmueble de mayor capacidad para realizar concentraciones masivas en las grandes ciudades.
Eso fue lo primero que se pensó cuando los voceros de Xóchitl Gálvez y de Eduardo Rivera acusaron el uso y abuso del poder público para “despojar” al bloque opositor de la Plaza de la Victoria, para entregársela a sus enemigos de Morena y la 4T, que con anterioridad habían anunciado el uso del estadio de béisbol para hacer el último llamado relevante, masivo, a los electores.
Pero no, no fue por miedo a no poder llenar el inmueble de los Pericos que de última hora los morenistas quisieron irse a la plaza que fue emblema político del panista Rafael Moreno Valle, ubicada en la parte alta de la zona de los fuertes de Loreto y Guadalupe.
En el estadio Hermanos Serdán caben 12 mil personas en gradas y dos mil en el campo, mientras que en la Plaza de la Victoria entran, bien apretaditas, como en los conciertos gratuitos del Teatro del Pueblo en tiempos de feria, hasta 40 mil.
Este sitio público representa entonces un mayor reto para Morena y sus candidatos, del triple de esfuerzo, responsabilidad y compromiso para los generales encargados del acarreo, o de la movilización, como prefiera usted llamarle a ese “generoso” acto de facilitación del traslado a los apasionados simpatizantes de un partido o bando político que mueren de ganas por presenciar el gran final.
Armenta vio que tenía para llenar un sitio de mucho mayor capacidad que el estadio de béisbol y decidió cambiar la sede.
Junto con los integrantes de su cuarto de guerra pensó en el estadio Cuauhtémoc y en la Plaza de la Victoria, pero se decantó por el segundo al tener presentes todas las implicaciones políticas que rodean ese lugar.
No hay que darle muchas vueltas al asunto.
La Plaza de la Victoria fue el sitio de preferencia de Rafael Moreno Valle, gobernador emanado del PAN, para encabezar sus actos políticos, por lo que tomar la plaza en los días previos a la jornada electoral es un acto simbólico para Armenta, que así pretende asestar un golpe moral a sus rivales.
Lo ha logrado ya.
Ayer por la tarde había furia en el otro cuarto de guerra, el de Eduardo Rivera y el bloque opositor, porque se consideró este acontecimiento como una agresión política que va más allá de los límites permitidos en una contienda electoral.
En la parte técnica no hay nada que discutir.
Rivera y aliados afirman que apartaron el sitio de manera informal, de palabra, como lo hicieron para el evento de arranque de campaña, pero con eso dejaron abierta la posibilidad para el deslinde que ocurrió después por parte del gobierno del estado.
Sin documento de por medio que solicitara la renta del espacio, que contara además con sello de recibido, nada podían reclamar.
La maniobra es el preámbulo de la férrea disputa que se registrará el domingo 2 de junio.
Por un lado, por la intención del oficialismo de masacrar (electoralmente hablando) a sus adversarios, y por otro, por la determinación de los opositores a no dejarse.
A partir de ahora esa Plaza de la Victoria será la Plaza de la Discordia.
@jorgerdzc