No es sorpresa de nadie la profunda crisis educativa que enfrentamos como país tras tres años de pandemia. Los estragos en el ámbito educativo siguen sin resolverse, con más de 5 millones de estudiantes abandonando la escuela durante este periodo, según datos del INEGI. Esta situación no solo se debió a restricciones económicas, sino también a las enormes dificultades que enfrentaron las familias para sostener la educación a distancia.
Durante estos tiempos desafiantes, muchas familias carecían de los recursos tecnológicos necesarios para apoyar la educación remota. Además, conciliar el trabajo con el acompañamiento educativo de los hijos resultó ser una tarea abrumadora, por no decir imposible para muchos. Las adaptaciones ofrecidas por las instituciones educativas resultaron insuficientes, dejando a muchos estudiantes con un rezago educativo significativo.
Desde el inicio de la pandemia, la Secretaría de Educación implementó la política de no reprobar a ningún alumno, buscando mitigar las múltiples dificultades que enfrentaban las familias. Sin embargo, esta política sigue vigente en el ciclo escolar actual, lo cual ha exacerbado esta problemática, ya que obstaculiza los esfuerzos para nivelar a todos los alumnos.
Desde el ciclo escolar 2021, observamos un aumento alarmante en el rezago educativo. Los estudiantes que no lograron consolidar sus aprendizajes previos ahora enfrentan dificultades para abordar temas más complejos. Esto no solo afecta su rendimiento académico, sino también su desarrollo mental y emocional.
Los estudiantes pueden manifestar problemas de atención, retención de información, integración de conocimientos y sufrir de baja autoestima, desmotivación y ansiedad. Intentan cumplir con las demandas académicas, pero sus habilidades resultan insuficientes debido a sus pocas herramientas educativas y tecnológicas. Esta situación se complica aún más si existen problemas de aprendizaje diagnosticados.
Constantemente les he escrito sobre la relevancia de la salud mental, la cual es fundamental para el desarrollo y la educación adecuada de todos los individuos. La participación de las familias en este proceso a veces es limitada, esperando que la escuela asuma la responsabilidad exclusiva del aprendizaje.
A medida que nos acercamos al cierre del ciclo escolar y nos preparamos para el siguiente, es crucial cuestionar qué estamos haciendo para cerrar esta brecha educativa antes de que se profundice aún más. ¿Nos enfrentaremos a generaciones con un nivel académico precario incluso peor que antes de la pandemia?
Es responsabilidad de la Secretaría de Educación, instituciones educativas, escuelas, colegios y las asociaciones de padres supervisar y asegurar que se implementen adaptaciones y soluciones efectivas para abordar las necesidades educativas y de aprendizaje de todos los estudiantes.
No podemos permitir que esta crisis educativa continúe pasando factura a nuestras futuras generaciones. Es momento de actuar con determinación y colaboración, garantizando que ningún estudiante se quede rezagado y que todos tengan las herramientas necesarias para alcanzar su máximo potencial educativo y personal. La educación es el pilar fundamental de nuestro futuro colectivo, y debemos protegerlo con urgencia.
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