Las líneas que el lector tiene a la vista son parte de la intervención del autor de este blog en la mesa La Visión del Periodismo del Foro ¿Qué vamos a definir como país?, organizado por la Junta Local Ejecutiva del Instituto Nacional Electoral.
¿Qué se juegan los medios de comunicación en estas elecciones?
Se juegan varias cosas:
La verdad es que el rol de los medios en este y anteriores procesos electorales deja mucho que desear, porque nos hemos convertido en propagandistas de discursos, consignas, proyectos y programas sin analizar su correspondencia con la realidad, sus implicaciones y si éstos son viables o factibles y tienen sustento metodológico y presupuestal.
En la cobertura noticiosa de las campañas y larguísimas y anticipadas precampañas —no es redundancia— los medios hemos privilegiado los qués, sin preguntar y sin cuestionar a los candidatos los cómos, los cuándos y los por qués o para qués.
En lugar de ir a indagar con especialistas o técnicos de cada área o disciplina por las propuestas y proyectos de los partidos y candidatos, para indagar si las soluciones que plantean —en sus plataformas electorales— para el estado, la capital y las regiones de la entidad son las adecuadas y pertinentes, los medios nos hemos conformado con publicarlas y repetirlas como loros.
En tales condiciones la pregunta ¿Hacia dónde van los medios noticiosos y qué estamos haciendo los periodistas para mejorar el país?, la respuesta es poco optimista: poco, muy poco o nada.
¿Por qué?
Porque ante la crisis que enfrentamos los medios por no encontrar un modelo de negocio que cubra nuestros gastos operativos, hemos entrado a una dinámica que privilegia el escándalo, el sensacionalismo, el entretenimiento y lo viral sobre la información dura y verificada, la información recabada in situ, y el periodismo de investigación que contextualiza, analiza causas y antecedentes y puede anticipar efectos y consecuencias.
Por la dinámica impuesta por las redes sociales, en muchas de las redacciones ya no se contratan reporteros, sino editores o redactores cuya chamba consiste en robarse los contenidos de otros medios o de los usuarios de redes sociales, presentándolos como propios, y con el inequívoco propósito de monetizarlos; se atiende más al criterio de publicar rápido que en verificar la declaración o el supuesto acontecimiento noticioso y la confiabilidad de la fuente; y se prefieren las historias cortas o los videos chuscos con títulos gancho que producen visitas fáciles y pueden viralizarse, como las policiacas o las de chismes de celebridades y famosos, sobre todo si el ingrediente sexual está presente.
En la actual coyuntura electoral, los candidatos, partidos y coaliciones no contratan espacios para la difusión noticiosa de sus actos de campaña, porque esos ya los tienen con los repetitivos spots de radio y televisión que vuelven inaudibles las estaciones radiofónicas e invisibles los canales de televisión abierta.
Lo que sí pagan, sin dejar rastro de esas operaciones, son entrevistas a modo, la publicación de boletines, videos y fotografías publicitarias o propagandísticas de sus monumentales concentraciones, del gran afecto que les prodigan sus simpatizantes y el pueblo que los aclama. También pagan por protección, por blindarse de informaciones negativas que puedan dañar su imagen o poner en riesgo su arribo a un cargo de elección popular; y por la difusión de encuestas que les son favorables y la contención de aquellas que pronostican su derrota.
Creo que si algo ha quedado de manifiesto en el proceso electoral en curso es que las cosas ya no pueden seguir así en materia de propaganda, actos anticipados de campaña, excesivo pautado de spots en medios electrónicos concesionados, difusión de encuestas electorales amañadas, proliferación de portales, sitios y cuentas de redes sociales fake, y publicación de fake news.
Por supuesto que se necesita una reforma electoral profunda, pero también autoridades electorales y partidos políticos comprometidos con la democracia, y medios de comunicación responsables.
Dicha reforma tendría que modificar el modelo de medios y la espotización de las campañas; el despilfarro propagandístico de candidatos en anuncios espectaculares, que supuestamente contratan revistas y portales que a veces nadie conoce; la celebración de debates entre candidatos en distintos formatos donde se contrasten ideas y proyectos, y en los que éstos puedan decirse sus verdades y rebatir acusaciones, sin insultos ni golpes bajos; y sancionar la difusión de encuestas y noticias falsas por cualquiera de sus plataformas.
Los medios de comunicación tendríamos que entrar también en otra dinámica, de manera individual o colectiva, para cerrarle el paso a las fake media y a los medios impostores, que propagan información engañosa y manipulada para distorsionar la percepción pública y afectar la toma de decisiones informadas por parte de los votantes.
Otra cuestión que propondría y que está al alcance de quienes dirigimos medios sería la asociación con especialistas y académicos de distintas disciplinas para evaluar en conjunto las propuestas de partidos y candidatos, analizar su viabilidad técnica y logística, pero sobre todo para conocer el costo de éstas y su factibilidad presupuestal.
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