Muchos de quienes se llaman puros en Morena son incapaces de ganar una elección en Puebla.
Peor aún: ignoran el concepto clásico de lo que dicen combatir.
Me refiero al neoliberalismo.
Su pureza no llega a tanto.
Se aprendieron la definición que les repitieron hasta el cansancio Rafael Barajas, el Fisgón, y Pedro Miguel, pero en una conversación de sobremesa no saben explicar en sus palabras lo que significa el neoliberalismo clásico o el neoliberalismo tardío.
Técnicamente, sus compañeros de ruta y de sábanas húmedas ignoran lo que tanto presumen.
Juntos son igualmente incapaces de hacer una buena campaña y de ganarle una elección, por ejemplo, al panista Mario Riestra.
Saben que la calle Keynes está en Madrid, España, y que Hegel es una calle de Polanco.
En su delirio, confunden al economista John Williamson con la marca de un whisky de una sola malta.
Estos personajes —puros entre los puros— creen que sus sartenes de teflón algo tienen que ver con estanflación.
Y si les hablas de Marx, de inmediato citarán “Marx para principiantes”, de Rius, caricaturista a quien el Fisgón admira profundamente.
Lo peor no es eso.
Lo grave —lo verdaderamente grave— es que tienen más negativos en las encuestas que en su grupo sanguíneo.
Y así no se ganan las elecciones.
¿De qué les serviría ir a los comicios de junio de 2024 con su pureza partidista si lo que les espera es una derrota brutal?
¿Tendrá sentido jactarse que lo importante no es ganar sino competir?
¿Con eso bastaría?
La elección de 2024 es clave para el presidente López Obrador y Claudia Sheinbaum porque lo que quieren es ganar las dos terceras partes del Congreso federal para reformar la Constitución en temas brutales.
Si los candidatos elegidos no son capaces de lograr los puntos requeridos, su pureza partidista valdrá lo que vale un Diazepam: 101 pesos.
No importa, pues, que nuestros personajes confundan a Williamson con un whisky escocés.
Lo grave, lo terrible, es que con todo lo que traen a cuestas están destinados a perder y a echar por la borda, en consecuencia, el sueño de las dos terceras partes en la Cámara de Diputados.
Es cuanto.