Por: Dra. Beatriz Corona Figueroa, académica de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)
Entre las muchas lindas tradiciones de la época decembrina, no puede faltar aquella famosa de los “propósitos de Año Nuevo”.
Desde que yo tengo memoria, eran formulados por muchas personas a mi alrededor y, al llegar a cierto punto, yo misma me los indicaba. Los propósitos de Año Nuevo entrañan gran importancia porque surgen del hecho de que cada comienzo de año significa un libro en blanco en el curso de nuestras vidas y todos queremos tener un buen libro para cada uno o todos nuestros años.
Evaluación y el nuevo plan
¿Qué pasó con los propósitos que teníamos para 2023? ¿Los olvidamos, los cumplimos o los abandonamos? ¿Cambiamos, por lo menos, algo de nuestras vidas?
Una frase, atribuida a Albert Einstein señala que el mayor error del ser humano consiste en querer resultados distintos haciendo lo mismo y esto es verdad cuando queremos encarar el 2024 con nuevos propósitos sin haber analizado por qué, o más bien, cómo es que no logramos los propósitos que teníamos para el 2023.
El conocido fenómeno de la procrastinación o de posponer las acciones que en algún momento nos propusimos es digno de analizarse a partir de reflexionar honestamente a partir de preguntas como ¿realmente quiero obtenerlo?, ¿estoy dispuesto(a) al esfuerzo que implica lograrlo?, ¿qué voy a hacer cuando lo logre?, ¿creo merecer aquello que digo desear?
Con estas sencillas, pero confrontativas preguntas, será más fácil establecer nuestros propósitos, que, en vez de llamarse “de Año Nuevo”, deberían ser, al menos, “propósitos para 2024”, para evitar abandonar los propósitos a las primeras semanas del año al no ver resultados o al considerar que el esfuerzo es demasiado oneroso.
Un consejo importante en muchas áreas es la frase: “menos es más”, y en lo que a propósitos de Año Nuevo respecta, es mucho más válida.
Es mejor identificar dos o tres cambios que realmente queremos y hacer un plan completo y consistente, con proyección cronológica e incluso un plan de contingencias o “prevención de recaídas”.
Es importante considerar que los hábitos que hemos tenido durante años no van a cambiar en las primeras semanas del entusiasmo y furor del nuevo año y que debemos enfocarlos con una mejor estrategia.
Puede ser que, por ejemplo, nos propongamos una meta en el área de salud, otra en la personal y otra en la espiritual, y que el esfuerzo se mantenga a lo largo de los meses. Si no lo logramos en enero, hay que intentarlo en febrero, y en marzo y en abril o en mayo, o de otra manera pasaremos el resto del año sin metas y esperando que llegue un año más para volver a hacer propósitos que muy pronto abandonaremos, como en un bucle de conformismo permanente.
La única forma de consolidar algo es practicarlo, y, si queremos algo distinto, hay que planearlo de manera distinta. No hay ningún efecto mágico en el Año Nuevo que sea más poderoso que nuestra propia voluntad. Aprovechemos, pues, la inercia, la emoción y la buena fama de los propósitos del año… para que sean de todo el año.