Luego de la ópera bufa protagonizada por el patético Samuel García –uno de los dos gobernadores de Nuevo León–, vino a la memoria la trama generada una vez que la gobernadora Martha Erika Alonso fue víctima de un siniestro el 24 de diciembre de 2018.
García, efímero precandidato a la Presidencia de México, argumentó durante semanas que el gobernador interino tenía que ser miembro del partido al que pertenece: Movimiento Ciudadano.
Eso mismo argumentaron en 2018 los panistas encabezados por Marko Cortés.
He aquí la historia de lo que ocurrió aquella vez con todos los detalles en clave de crónica.
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Cuando el Congreso del estado se inclinó por una inédita mayoría en favor de don Guillermo Pacheco Pulido –priista de toda la vida– para que fuera el gobernador interino de Puebla, Jesús Rodríguez Almeida se empezó a comportar como un personaje del notable autor Philip K. Dick: hizo su maleta, se puso una gabardina negra, metió la cabeza en un sombrero Tardan, subió a su auto y salió disparado rumbo a la Ciudad de México.
Nadie lo volvió a ver desde entonces.
Tras la caída del helicóptero Agusta en que viajaban la gobernadora y su esposo –el senador Rafael Moreno Valle–, Rodríguez Almeida, a la sazón secretario general de Gobierno, quedó de manera natural como encargado de despacho del Gobierno del estado.
Ante la prisa de algunos diputados de Morena por elegir a un interino, Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación federal, se comprometió con los panistas nacionales y locales a que el interino saldría de la terna que ellos propusieran.
Uno de los primeros nombres que surgieron fue el de Luis Banck, expresidente municipal de Puebla, pero un incidente ocurrido durante las honras fúnebres hizo que su nominación se cayera.
Los astros se movieron entonces en favor de Rodríguez Almeida.
El morenovallismo y la dirigencia nacional del PAN respaldaron la idea.
Los gobernadores panistas lo harían después.
Había una ventaja:
Nuestro personaje había sido procurador de justicia en el gobierno del Distrito Federal en tiempos de Marcelo Ebrard.
Esa relación con el ahora canciller seguía vigente en 2018 y abría la posibilidad de que entre el Gobierno federal y el gobierno interino hubiese una buena interlocución.
Los astros se estaban acomodando.
O así parecía.
En aquellos días, Rodríguez Almeida convocó a todo mundo al cuarto piso del edificio ejecutivo del CIS, donde despachó en su breve periodo.
¿El fin?
Evitar la inmovilidad del Gobierno estatal y sacar los asuntos pendientes.
Esa convocatoria incluyó a los diputados de Morena.
Con Gabriel Biestro, a la sazón presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso local, empezó a tejer una buena relación.
Era tan buena que, en aras de mandar un buen mensaje de apertura, el diputado Biestro le pidió que quitara los vetos a las iniciativas de Morena para que se convirtieran en leyes.
Esos vetos, recordará el hipócrita lector, los había impuesto el exgobernador José Antonio Gali Fayad por instrucciones de Moreno Valle.
Rodríguez Almeida llevó esa propuesta a las oficinas de Sánchez Cordero y le dieron luz verde.
Estaba a punto de hacerlo, cuando algunos panistas locales lo impidieron.
El argumento era que, si se eliminaban los vetos, Biestro tendrá una victoria legislativa y buscaría ser el interino.
El peloteo cotidiano de Rodríguez Almeida con personajes de la cuarta transformación no llamó entonces la atención del panismo nacional.
Al contrario.
Veían muy sano que existiera para evitar cualquier destape local en el ámbito de las fuerzas de Morena.
Todo estaba metido en un orden aparente.
Los documentos que probaban la residencia del encargado de despacho por más de cinco años descansaban en un fólder.
No habría manera de evitar su llegada al interinato.
Y aunque al interior del Congreso empezaban a darse algunas expresiones que generaban nerviosismo, Rodriguez Almeida tranquilizaba las aguas:
“Todo está en orden. Se respetará la palabra de la secretaria de Gobernación”.
De pronto, los diputados de Morena convocaron a una sesión extraordinaria para el sábado 19 de enero en aras de elegir al interino.
Algo se movió en la Ciudad de México y esa sesión fue suspendida.
Algunos panistas no vieron con buenos ojos la suspensión de la sesión.
El sospechosismo estaba a todo lo que daba.
Toda clase de versiones circularon desde las primeras horas del sábado.
Y así llegó el día clave: el lunes 21 de enero.
En la Comisión de Gobernación apareció una terna integrada por Rodríguez Almeida, Guillermo Pacheco Pulido y Gerardo Islas Maldonado.
“Será una sesión de trámite –decían en México–. Va a quedar Chucho”.
De pronto, justo cuando José Juan Espinosa pidió que se mostrara el expediente de Rodríguez Almeida –con el que comprobaría su residencia en Puebla–, surgió la verdad desnuda.
Y es que este no solo no envió al Congreso sus documentos, sino que terminó por bajarse de la contienda.
La zozobra creció cuando los diputados panistas recibieron una llamada en el sentido de que la propuesta de Rodríguez Almeida no había pasado en el ámbito de la cuarta transformación.
En menos de un minuto se cayó el edificio de naipes.
Los gobernadores y la dirigencia nacional pidieron explicaciones.
A las mismas se sumaron los morenovallistas.
Fue inútil.
Nadie supo decir lo que ocurrió.
El único que tenía la versión completa estaba haciendo su maleta, poniéndose una gabardina negra, metiendo la cabeza en un sombrero Tardan, subiéndose a su auto y saliendo disparado rumbo a la Ciudad de México.
Desde entonces, nadie sabe dónde ni para quién trabaja.
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Días antes de la sesión extraordinaria del Congreso en la que fue ungido don Guillermo Pacheco, escribí estas líneas:
“Quienes conocen a Rodríguez Almeida juran que reúne todos los requisitos para ser interino y que los señalamientos en su contra provienen de la mala leche.
“Aunque hay quienes formulan un escenario inédito: que Gobernación lo deje pasar para que sea impugnado por un miembro del Congreso local.
“De prosperar tal escenario, el interino sería nombrado por la mayoría de Morena, con un ingrediente extra: Gobernación se lavaría las manos –argumentando que cumplió el acuerdo– y el partido del presidente López Obrador sería el beneficiado”.
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Antes de que los diputados locales votaran el dictamen de la Comisión de Gobernación, Marcelo García Almaguer, coordinador de la bancada panista, planteó la necesidad de que se convocara una reunión de la Junta de Coordinación Política.
En ese contexto, abrió sus cartas y dijo que apoyaría, junto con los legisladores del albiazul, el dictamen en favor de don Guillermo.
En ese momento, todos los demás salieron del clóset e hicieron lo mismo.
Antes de que finalizara esa reunión, alguien propuso que cada bancada pronunciara un discurso en el marco de la unción del nuevo gobernador.
—Qué mejor discurso que la unanimidad que recibirá don Guillermo —dijo Marcelo.
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El morenovallismo –que venía de enfrentar la ruptura política entre Gali y Moreno Valle– creyó tener todo de su lado a la hora de la negociación.
Educados en el autoritarismo y el manotazo en la mesa, los herederos del exgobernador empezaron por desafiar a todos.
El discurso que pronunció Luis Banck en las honras fúnebres, sumado a los gritos de “¡asesinos!” endilgados a los lopezobradoristas, tiró, de entrada, la posibilidad de que el ex presidente municipal de Puebla fuese el gobernador interino.
Una segunda torpeza fue excluir de una reunión privada –efectuada al término de los funerales en Casa Puebla– al exgobernador Gali.
El morenovallismo puro creyó que no lo necesitaban para lo que venía.
Se equivocaron rotundamente.
Dice el clásico: si vas a negociar, come primero.
Nadie gana una negociación con el estómago vacío.
A los morenovallistas les notaron el hambre primero en el Palacio de Covián y luego en Palacio Nacional.
La estrategia fue entonces prolongar los plazos.
La consecuencia de su conducta errática culminó cuando el candidato de Miguel Barbosa Huerta –don Guillermo Pacheco Pulido– fue ungido como interino.
Sin un Moreno Valle que condujera la nave, el morenovallismo empezó a desgajarse y a actuar como el célebre jinete sin cabeza.
Primero perdieron la unidad.
Lejos de ésta, formaron grupúsculos.
Lo peor para ellos es que también perdieron de vista a sus contendientes naturales y se dieron entre sí con toda la beligerancia posible.
Lo hicieron tan bien que se extraviaron en el camino.
Desmembrados, perdieron primero el gobierno interino.
El jinete sin cabeza subió entonces al caballo y le enterró las espuelas.
Tiempo después descubrió –horrorizado– que al caballo también le faltaba la cabeza.
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Javier López Zavala enfrentó la furia de la dirigencia nacional del PRI el día de la sesión extraordinaria.
Y es que durante varios días estuvo llamando a sus cuadros a apoyar la nominación del priista don Guillermo Pacheco Pulido como gobernador interino.
Las amenazas de Claudia Ruiz Massieu, dirigente nacional, no se hicieron esperar:
“O frenas tus adhesiones o dejarás de ser miembro del Consejo Político Nacional”.
Javier desoyó la advertencia y hasta encabezó una rueda de prensa en contra de Jorge Márquez, hombre de todas las confianzas de Miguel Ángel Osorio Chong y secretario de Operación Política del CEN del PRI, quien había venido a regañar a los priistas disidentes que operaban desde el Grupo Renovación.
Las críticas de López Zavala hicieron enojar aún más a Ruiz Massieu y sobrevino una nueva llamada.
La operación estaba a todo lo que daba al seno del Congreso local, pues la bancada priista había recibido órdenes de su dirigencia en el sentido de apoyar la nominación de Jesús Rodríguez Almeida.
¿Qué ocurrió?
Que las presiones cesaron cuando la propuesta del PAN fue desechada en la Comisión de Gobernación.
Fue entonces cuando los mariachis callaron y sucedió lo que ya sabemos.