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El escolta solitario que protegía al líder del Cártel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán, el día de su captura, provocó escepticismo incluso entre los infantes de Marina que llegaron hasta el apartamento 401 del edificio Miramar de Mazatlán para detenerlo.
Crispados por los nervios y recelosos de la fuerza que tiene el crimen organizado, los marinos no podían creer lo que “El Chapo” les respondió cuando le preguntaron por su ejército de pistoleros y una eventual reacción de su grupo delictivo para rescatar y proteger a su cabeza más visible.
“Estoy solo, nadie va a venir a rescatarme”, les dijo, abatido aún por la sorpresa de verse rodeado por fuerzas especiales de la Armada de México frente a su propia familia y con su hombre de más confianza, Carlos Manuel Hoo Ramírez, “El Cóndor”, ya totalmente neutralizado.
El capo llevaba casi una semana en plena huida y su detención no fue fortuita el pasado 23 de febrero, pero la fractura de todos sus círculos de protección fue sorpresiva hasta para los infantes de Marina que lo tenían en la mira.
Por eso la franqueza y resignación del “Chapo” Guzmán les pareció insólita. “Ya nadie más me está protegiendo, sólo estamos él y yo”, les confesó señalando a “El Cóndor”, su escolta y asistente personal durante los últimos tres años de su vida en fuga constante Incrédulos, los mandos de la Armada de México que estaban al tanto de la operación ordenaron el traslado inmediato del capo más buscado de México y del gobierno de Estados Unidos.
Apenas cinco días atrás, Joaquín Guzmán Loera había logrado su último gran escape en la ciudad de Culiacán, en la cual construyó una fortaleza de túneles y casas de seguridad equipadas con cámaras de videovigilancia, monitoreo en todos sus cuartos y puertas reforzadas con postes y trancas de acero capaces de frenar el avance rápido de los infantes de Marina para entrar a un inmueble.
El tiempo que ganaba con estos artilugios, le proporcionaron al capo alrededor de 8 a 10 minutos suficientes para darse a la fuga en aquella ocasión aprovechando la joya de ingeniería construida en siete de sus casas de seguridad: tinas hidráulicas que al levantarse abrían un pasadizo hacia pasadizos secretos y conexiones con el drenaje pluvial.
Cuando la Armada de México llegó hasta su penúltimo escondite ubicado en Río Humaya número 130 de la colonia Guadalupe, un barrio de clase media que está a 2 kilómetros del centro de Culiacán, Guzmán Loera tuvo tiempo suficiente de llegar hasta uno de sus pasadizos, uno de los más obscuros y angostos, pero muy bien conectado con el drenaje de la capital sinaloense.
A pesar de la ventaja que logró sacarle a sus perseguidores, los elementos de la Armada de México que le pisaban los talones en medio de aguas negras y en una obscuridad casi total, alcanzaban a escuchar algunos gritos: “Dele jefe, dele, no paré”. El único que acompañaba a “El Chapo Guzmán en ese momento era “El Cóndor”.
La voz de Joaquín Guzmán no se escuchó ni por asomo en esa persecución subterránea, pero si un lejano rumor de disparos aislados dentro de la cañería, los cuales no tenían la intención directa de dar en algún cuerpo, si acaso pretendían intimidar el avance de la Marina sobre túneles oblicuos que impiden el viaje de una bala más allá de unos metros.
En medio de esa huida, el hombre que logró fugarse de un penal federal de máxima seguridad y mantenerse 13 años fuera del alcance de las autoridades, solicitó la ayuda urgente de su socio Ismael “El Mayo” Zambada a través de un teléfono satelital que después geolocalizado por la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la PGR y las Fuerzas Especiales de la Armada de México con ayuda de Estados Unidos.
La captura de “El Chapo” fue cuestión de unos días más. Sucedió la mañana del sábado 23 de febrero a las 6:40 de la mañana. “El Chapo” estaba con su familia y su escolta más fiel, solos en medios de la huida. Atrás quedaron los círculos de protección del famoso capo, célebre y millonario para la revista Forbes y el preferido de las agencias antidrogas de todo el mundo para identificar la peligrosidad y alcance de cárteles locales.
“Nadie va a venir a rescatarme”, fue el epitafio criminal de Archivaldo Joaquín Guzmán Loera para su alter ego Joaquín “El Chapo” Guzmán, el número uno del Cártel de Sinaloa.