Con el paso de los años y la popularidad que han adquirido por sus altos índices de violencia, los maras se han tenido que someter a un proceso de mutación para protegerse de las autoridades y seguir delinquiendo.
“Se dice que algunos están adoptando vestimenta y lenguaje normal para infiltrarse en asociaciones o empresas que consideran estratégicas para delinquir”, puntualizó para Excélsior, Francisco Bertrand Galindo, ex ministro de Seguridad Pública de El Salvador.
El nuevo mara ha dejado de ser el hombre con tatuajes, pantalones guangos, gorras grandes y cráneo rapado, para convertirse en el emprendedor de buena pinta: una persona común y corriente que no se distinguiría del resto.
“El hecho de tatuarse y de usar símbolos despectivos a través de la ropa, se ha ido eliminando”, dijo Howard Cotto Castaneda, subdirector de la Policía Nacional Civil de El Salvador.
Los miembros de las pandillas delictivas juveniles, mejor conocidos como maras, solían ser personas sin oportunidades de estudio ni trabajo.
“Hemos tenido incluso información de algunos que estudian Derecho”, mencionó Cotto Castaneda en entrevista con Excélsior.
Otro símbolo que los nuevos maras ya no incluyen, son los tatuajes de lagrimas, que suelen indicar los grados en la organización, o bien los asesinados. “Los maras participan en 70 ó 90 por ciento de los homicidios cometidos en las dependencias”, declaró Cotto
